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Cave canem” es una expresión latina que podía leerse en algunas de las villas o haciendas romanas que alertaban sobre la peligrosidad del can que guardaba el hogar. Una práctica que siguió a lo largo de los siglos y que figura aún en alguna finca como en los mosaicos descubiertos en las continuas excavaciones arqueológicas en las antiguas ciudades del imperio romano. Puede resultar arriesgado suscitar estos temas y no sufrir una pesadilla pensando que cualquier furibundo animalista puede acuchillarte a la vuelta de una esquina o un piquete puede fusilarte al amanecer. Pero a mí me ha alarmado, y por eso traigo a la palestra, la noticia que leíamos en nuestro periódico hace unos días, según la cual una serie de investigadores científicos de la Universidad de Huelva – cito literalmente - aseguran que la presencia de perros supone una “grave amenaza” para la fauna silvestre y especies emblemáticas como el lince ibérico en Doñana, por lo que consideran necesario adoptar “de manera urgente” acciones frente a estos animales. Anuncian que en el mes de octubre publicarán el estudio de la revista “Ecología global y conservación”, que muestra “la alerta de que estos perros aumentan la presión de depredación y el riesgo de enfermedades, además de alterar el equilibrio ecológico de los ecosistemas”.
Pero las sorpresas nunca vienen solas. Leo en el digital donde lo publica, un artículo del prestigioso Arcadi Espada, que no se muestra muy partidario de las llamadas mascotas, precisamente. Tras afirmar que “son un peligro horrible”, asegura que tenemos que “soportar estos sucios habitantes de nuestras ciudades que lo único que hacen es ensuciar, peligros, virus de todo tipo que evidentemente nunca se ponen en evidencia porque atentan contra lo políticamente correcto, pero que evidentemente son causantes de plagas innumerables”. ¿Habrá que considerar este tipo de contingencias?
Y me vino a la memoria una lectura inolvidable, el libro de Gilbert Cesbron, “Chiens perdus sans collier”, un éxito editorial en la Francia de 1954, que trascendió a otras latitudes y dio lugar a la excelente película, dirigida por Jean Delannoy con una magnífica interpretación de Jean Gabin. Hoy otros son los perros perdidos sin collar en el ámbito del desarraigo, la marginación, la delincuencia y el discutido y discutible ámbito de la inmigración.
Y hablando de cine me ha llamado la atención lo que el director, Fernando Trueba, declaraba recientemente: “Aún no se ha hecho la gran película de la guerra civil. Quizá nunca se haga”. Probablemente o desgraciadamente sea así. Pero si se hiciera, lo deseable sería acometerla con objetividad, imparcialidad y ecuanimidad. Invocaría el espíritu de Manuel Chaves Nogales – autor del impagable “Belmonte” (1935) - y sus relatos “A sangre y fuego”, (1937), en cuya adaptación, dicen, lleva trabajando hace largo tiempo Juan Antonio Bayona, realizador del último éxito de nuestro cine “La sociedad de la nieve” (2023).
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