El Malacate
Javier Ronchel
¿Y si este año viajamos a Huelva?
En tránsito
El PP todavía no se ha enterado de la amoralidad absoluta que representa el sanchismo. Es necesario repetirlo ahora que el sanchismo ha engañado –una vez más– al PP y a Vox en la tramitación de la ley que va a excarcelar a los etarras más sanguinarios (y ya que estamos, qué lástima que nuestra época no tenga un Velázquez que retrate el mal absoluto que se percibe en el rostro, por ejemplo, de un Txapote). Otra vez se confirma lo mismo: el PP no es más que un chihuahua que pretende enfrentarse a un rottweiler. Y como es natural, nunca ganará la pelea.
Por lo visto, el PP todavía no se ha enterado de que Sánchez es un mentiroso compulsivo que recurrirá a toda clase de trucos y mentiras –como ha hecho ahora– para salirse con la suya sorteando todos los obstáculos de la legalidad. No hace falta ser muy listo para saber que Sánchez es el político más tramposo y mentiroso de nuestra democracia, pero aun así, hay millones de personas que siguen dejándose engañar por este megalómano narcisista, del mismo modo que hay gente que cree en el poder curativo de las babas de caracol o en los ufólogos que nos explican cómo podemos detectar a un extraterrestre (o que se apuntan a un Máster de Transformación Social Competitiva, si a eso vamos).
Con esta oposición, hay sanchismo para rato. El PP es un partido de burócratas que carecen de imaginación y de instinto político (salvo Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo, las dos mujeres más odiadas por nuestras feministas). Zapatero, por ejemplo, es una nulidad intelectual, pero siempre ha tenido el instinto de saber cuáles son las corrientes profundas de nuestra sociedad, igual que los zahoríes saben captar una veta de agua bajo tierra (el sentimentalismo pornográfico, las sonrisas de bondad impostada y la manipulación absoluta de la opinión pública por medio del cine y las series televisivas son logros del zapaterismo). Pues bien, el PP no tiene un Zapatero que posea el instinto político y la capacidad de articular un discurso propio que vaya calando en la gente (en este sentido, VOX es mil veces mejor). Es sorprendente, por ejemplo, que el PP no pueda alardear de intelectuales –no los tiene–, pero eso es lo normal en un partido refractario a todo lo que suene a ideas. Es triste decirlo, pero con chihuahuas jamás se podrá derrotar a un rottweiler. Apañados estamos.
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