María Antonia Peña

Del cólera al Covid-19

El guarán amarillo

Como si cada pérdida de una vida no fuera de por sí una tragedia inmensa, las cifras bailaron al son de diagnósticos deficientes

06 de julio 2020 - 01:30

Qué poco hemos cambiado. Repaso mis notas sobre la llegada del cólera a Huelva en 1885 y, por más que haya transcurrido casi un siglo y medio, no puedo sino establecer las conexiones con la actualidad. Más que cualquier otro problema de orden sanitario, las epidemias están tan infiltradas por factores sociales, económicos y culturales que lo humano aparece en ellas con todo su vigor: desplegando lo mejor, pero también lo peor que nos caracteriza. A lo largo de la Historia, las epidemias se producen porque se desconoce tanto el origen del contagio como los medios para prevenirlo o para alcanzar su curación. Por eso, toda epidemia se mueve en un espacio vacío delimitado por la ignorancia y el miedo, del que surgen también la desconfianza, la agresión y el aprovechamiento. En el siglo XIX los cordones sanitarios, como ahora, también fallaban y, por más que las autoridades apelasen a la adopción de ciertos comportamientos higiénicos y preventivos, la realidad se imponía dramáticamente. En septiembre de 1885 unos buhoneros fueron rechazados en La Palma del Condado por miedo al contagio, pero los carabineros se quedaron con sus mantas y dos niños de 7 y 12 años, que durmieron en ellas, se contagiaron. Dos meses más tarde, el foco de contagio se trasladó a Ayamonte e Isla Cristina, donde el continuo ir y venir de marineros y pescadores socavaba habitualmente los controles fronterizos. Como muchos eran portugueses, la xenofobia -siempre alerta- también hizo su aparición. De poco servían las cuarentenas y las fumigaciones cuando por doquier campeaban la desnutrición, el hacinamiento y una imperiosa necesidad de mantener un mínimo nivel de actividad económica para no morir de hambre. Cuando en julio el gobernador civil anunció la proximidad del cólera, se le criticó por poner en riesgo las actividades turísticas y comerciales del verano onubense; cuando en noviembre ocultó el contagio, según él para no paralizar la industria y el comercio, también se le criticó. Hubo quien hizo negocio vendiendo milagrosas "gotas anticoléricas" y "fajas higiénicas" y la Compañía de Riotinto aprovechó la ocasión para asegurar que los humos sulfurosos de las teleras actuaban como preventivo del cólera. Incluso hubo en Madrid una manifestación en la que se portaron banderas y crespones negros. Todo está inventado. Por no faltar detalle, también se lidió la guerra del número de "invadidos" y fallecidos. Como si cada pérdida de una vida humana no fuera de por sí una tragedia inmensa e irreparable, las cifras bailaron al son de diagnósticos deficientes y al albur del interés político: en unos casos para rebajar la responsabilidad de los que gobernaban; en otros, para incrementarla y acometer su demolición política. Quizás aprendamos para la próxima pandemia.

stats