
Envío
Rafael Sánchez Saus
Una semana decisiva
La otra orilla
En la memoria olfativa de Huelva aún perdura el olor que emitía la celulosa de San Juan. Durante años nos habíamos acostumbrado a recibir, dependiendo del tiempo, ese particular olor a coliflor cocida. Ya hace años que sus chimeneas no echan humo, aunque sí que quedó allí una energética de biomasa. Ambientalmente puede parecer un logro. Al menos local. Porque en cuanto abrimos el zoom la realidad, siempre tozuda, sigue oliendo a coliflor cocida.
En Mozambique una familia de agricultores recibió una suculenta oferta por su machamba (tierra de cultivo) y la promesa de un trabajo vinculado a la plantación de eucaliptos. Luego no todo fue como decían: ni había tanto trabajo ni la renta por la tierra compensaba lo que dejaban de ingresar por sus cultivos tradicionales. Además de que se usan pesticidas prohibidos en toda Europa por acabar con los polinizadores. Además de que el monocultivo de eucalipto seca todos los pozos cercanos. Además. Además.
Resulta, como vemos, que un pequeño avance medioambiental en Huelva se convierte en un impacto similar o mayor sobre el medioambiente de otra esquina del planeta. Y esto pasa cada vez que pretendemos modificar nuestros procesos de producción sin modificar nuestros modelos de consumo. Dicho de otra forma: seguimos consumiendo desenfrenadamente, pero trasladamos los costes ambientales y sociales a otra parte del mundo, donde no se vea, donde no se huela.
El consumo de celulosa, lejos de disminuir, ha aumentado. ¿Por qué? Pues, paradójicamente, el comercio electrónico, la transición verde, el aumento de comida para llevar… todo eso ha contribuido al aumento del uso de celulosa en Europa. Podría parecer que usamos menos papel, menos cartón. Y no: usamos más. Pero no se produce aquí. Todo queda más limpio, más elegante. Más verde.
Y así, en Mozambique, una familia de agricultores ya no puede cultivar su tierra, porque está llena de eucaliptos. No puede beber de su pozo: se secó. Trabajan poco y mal, fumigando con productos tóxicos. Para que aquí, en Europa, podamos seguir consumiendo a nuestro ritmo, eso sí: sin oler a coliflor cocida. El cuidado del medio ambiente necesita una visión global, política, que evite que los avances que se logran en una parte del planeta terminen impactando sobre otros territorios.
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