
Con la venia
Manuel Muñoz Fossati
Morir trabajando
Se ha dado en llamar crispación, que es una manera de definir la convulsión que viene produciéndose en las sesiones del Congreso de los Diputados y el Senado cuando el Gobierno se ve obligado a contestar las interpelaciones que se le hacen por parte de los miembros de la oposición en ambas cámaras. Inalterablemente y desde hace algún tiempo el clima de conmoción en tales comparecencias no hace más que elevar su tono y el grado de enfrentamiento en el que abundan términos muy ofensivos e hirientes y sobre todo despectivos que son los que más dañan a los ofendidos. Y es que resulta difícil no reaccionar airado cuando se le pregunta al gobierno – concretamente a su presidente – y éste responde falseando la formulación o con una contestación acusadora rayana en la provocación, en la injuria y la más ostensible hostilidad. Todo lo cual propende a esa crispada confrontación que tanto alarma a muchos pero que es propia de ese clima de tensión y alteración que a menudo se produce en las cámaras.
En estas últimas sesiones parlamentarias han abundado esas situaciones cuando una vez más Núñez Feijóo acusó a Sánchez de tratar de controlar a los medios informativos – la tentación goebelesiana - y a las empresas editoriales, sin lograr una respuesta apropiada. No ha tardado mucho en acordar el Gobierno – visiblemente debilitado y con respiración asistida – y sus socios el registro de una propuesta de modificación del Reglamento del Congreso para vetar a los periodistas que publiquen información que no se considere veraz. Una manera más expeditiva y autoritaria de apretar la mordaza que cada día nos amenaza más a los profesionales de la información. Un estrecho cerco más a la crítica, a la libertad de expresión y de opinión. Una vuelta de tuerca más en su afán de controlar a los medios.
O cuando al arbitrario y discriminado, además de injusto y racista, reparto de menas, las explicaciones no sólo son ambiguas sino que las adelanta Junts, porque, como dice Emiliano García Page, que lo califica de “supremacista y cualquier cosa menos progresista”…, “solidarios sí, tontos no”… “quien manda” en nuestro país es el fugado Puigdemont. O cuando se abunda en el llamado “relato” - con las monsergas de siempre – de efecto disuasorio, sobre el término “rearme”, para no molestar a sus socios – que quieren abandonar la OTAN -, en ese discurso lleno de vaguedades – otra vez la manipulación de la semántica - que es el habitual engañabobos que tanto prodiga Sánchez, y que está provocando numerosos enojos y reprobaciones de los socios europeos por su “falta de solidaridad en Defensa”. Y ahí lo tenemos: solo, sin sitio en Bruselas, presidiendo un gobierno dividido y enfrentado, rehén de las veleidades de un delincuente fugado, sin apoyo parlamentario y sin presupuestos. Alargando cada día más el brazo del Estado y faltando el respeto a diversas inviolables normas democráticas. Eso sí, apropiándose de los resortes del Estado.
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