La ciudad y los días
Carlos Colón
María Celeste
Visiones desde el Sur
LEER. Leer a destajo. Sin medida ni control, incluso más allá del cansancio. Empaparme del pensar de los otros ya sean personas o personajes, poco importa. Buscar, transitar, veredar por las reflexiones de la otredad, sentirme cómplice u opositor de lo manifestado, conocer y reconocerme a favor o en contra de lo dicho negro sobre blanco, encontrarme, renunciar a las algarabías, buscar el silencio, el lugar en donde la reflexión se escancia, se enjundia, se origina, y escribir… escribir también, todos los días, aunque solo sea una frase, una palabra, una idea, un gesto o el dulce o amargo sabor de una mirada errante con la que me cruzo.
No encuentro mayor forma de plenitud que la descrita, desde hace muchos años, casi cuarenta y cinco para ser exacto. Y en eso ando. Cabezón, obstinado y feliz, dicho sea al paso.
A veces, en ese querer estar reflexivo: centro y margen, ola y mar profundo, uno y todo, en que intento mantener la vida, tropiezo, como ahora, con otros viandantes obsesionados con las mismas cuitas que me acucian desde siempre. Y aparece el gozo. La dicha de saber que uno no está solo en el camino que transita a trancas y barrancas, que eso es la vida y no otras cosas, esas que los poderes establecidos, desde siempre, nos han inculcado como necesarias y no suponen más que ataduras para encorsetarnos, para acallar la palabra, para silenciar el pensamiento. No hay mayor libertad que la de sentirse pleno, lleno, aunque nada se posea más que la posibilidad de indagar y poder expresarse sin cortapisas, sin burdas y zafias ataduras.
Y eso es lo que he encontrado en Las contemplaciones de Tomás Rodríguez Reyes publicada por la editorial La Isla de Siltolá; un acierto más, sin dudas, de mi entrañable amigo y compañero de columna en este diario, Javier Sánchez Menéndez.
No conozco personalmente a Tomás, pero eso nada importa. Aparte del libro citado, que ahora me tiene subyugado, entregado, sabía de su existir por haberme bañado en las aguas cálidas de dos de sus otras obras: Ars vivendi y Escribir la lectura. Y sé que no soltaré las imaginarias amarras que me atan a sus palabras porque el reflejo que me devuelve el espejo de sus reflexiones revela lo que soy, y algo más importante, delata lo que son los demás, la humanidad toda.
Literatura de compromiso, especulativa, sensitiva, profunda, filosófica, ética, que atiende a lo esencial tanto en lo que tiene de poético como educacional.
Usted mismo.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Carlos Colón
María Celeste
Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Yo te digo mi verdad
Un mundo de patriotas
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Fantasías
Lo último