El balcón
Ignacio Martínez
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En 1954 Charlton Heston protagonizó una película a medio camino entre el melodrama y el catastrofismo, donde entre otras protagonistas aparecen unas hormigas asesinas que amenazan a todo “bicho” viviente. Los que tenéis más edad seguro que la recordáis, era de esas habituales en las reposiciones televisivas: El rugido de la Marabunta. El pasado sábado, intentando alcanzar un cine para ver la peli histórica de moda, me acordé del título que adorna mi artículo, y es que miles de ciudadanos abarrotaban el centro histórico, centenares de vehículos aguardaban cola para entrar en estacionamientos de pago y decenas de parroquianos esperaban a ser atendidos en las cafeterías. Me dio la sensación de que, en esta versión actualizada, era el comportamiento compulsivo de la ciudadanía el que devoraba poco a poco la ciudad.
La marabunta se manifiesta generalmente de manera homogénea, conducida por estímulos poderosísimos que, en la actualidad, están dirigidos al consumo. Un producto determinado, un tipo de ocio, una forma de desplazarnos, y nos conducimos por imitación porque realmente está en nuestra naturaleza identificarnos y sumarnos, no es malo ni bueno, solamente es. El problema de esta conducta es que el momento climático y social que vivimos es extremadamente frágil, para muchos científicos irreversibles, donde no deberíamos permitirnos ningún exceso, pero la mera observación de la ecología urbana nos indicará lo contrario.
En paralelo a estas demostraciones colectivas de “poder” excepcional, cada vez más frecuentes en pequeñas y grandes urbes, resuenan ecos de cumbres climáticas, de escasez alarmante de agua, de llamadas a conducirnos por sendas menos gravosas para nuestra naturaleza, o de centros de ciudades repletos de luces y opulencias frente a periferias empobrecidas. Todos estamos condenados de una u otra forma a ser hombres y mujeres de “masa”, como definió Ortega y Gasset hace ya casi cien años, pero si podemos pensar y decidir salir y entrar, si podemos ser conscientes de que no es tiempo de ser marabunta inconsciente, tenemos una oportunidad, la de ser quien oriente a la muchedumbre hacia el futuro porque, en definitiva, es también en lo colectivo donde estará la solución.
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