
La colmena
Magdalena Trillo
¿Adiós a l verde?
La ciudad y los días
Otro que descubre el Mediterráneo. Leo que “nivel de estudios, poder adquisitivo, (…) edad o capacidad cognitiva condicionan el acceso y la participación en las artes, de las que terminan excluidos millones de ciudadanos”. Lo que vulnera el artículo 44 de la Constitución: “Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho”. Esta exclusión solo la puede solucionar, como parte fundamental de la lucha contra la desigualdad, la educación. Pero hace mucho que la derecha y la izquierda parecen haber renunciado a ella, especialmente en lo que a las humanidades se refiere. Y estas son el único camino para acceder a la cultura y disfrutarla eligiendo en libertad a partir de un criterio formado.
Lo habitual, a falta de un criterio propio, es tragarse lo que los popes digan que es valioso o su opuesto de rechazar toda experiencia que exija un mínimo esfuerzo. Y lo mismo puede decirse al revés: nutrirse solo de cultura basura, de lo peor que los medios de comunicación de masas fabrican y difunden, o rechazar elitistamente la cultura de masas. En unos y otros casos sin tener esa libertad de acceso, primero, y de elección, después, desprejuiciada que solo la educación procura.
En esto quizás la culpa de la izquierda sea mayor que la de la derecha por haber dejado de enarbolar la bandera de la educación como medio de acceso de las mayorías a la cultura. ¡Qué lejos está, desde hace años, de los ideales de la Institución Libre de Enseñanza! ¡Qué lejos de aquellas Misiones Pedagógicas que soñaban, como Machado escribió en su despedida de Giner de los Ríos, “un nuevo florecer de España”! No solo los institucionistas y los socialistas soñaban con ello. Así imaginaba León Trotsky en Literatura y revolución el fruto de la educación comunista: “El hombre medio alcanzará la talla de un Aristóteles, de un Goethe, de un Marx. Y por encima de estas alturas, nuevas cimas se elevarán”. Exageraba, pero era una hermosa exageración. Al fin, socialismo y comunismo son, como dijo George Steiner, notas a pie de página del judeocristianismo. Y este pide ser perfecto como el Padre que está en los cielos.
Hoy no se educa a los niños y a los jóvenes para que, de adultos, puedan disfrutar de lo que dijo el anciano Steiner: “Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros”. Y la brecha, lejos de reducirse, se agranda.
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