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Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Binomio maldito
Eestamos aquí, cubiertos por una manta y vemos la serie de turno, mientras nuestras masas tectónicas se ajustan en el sofá, se desplazan encontrando su sitio en una armonía nacida de los años. Las placas tectónicas deberían ser así: de carne y hueso y emociones. Los únicos temblores deberían ser así: por dentro, capaces de derruir únicamente los cimientos de la convivencia y las convicciones. Porque el amor puede que sea eso, dos seres ajustándose en un único espacio, un movimiento continuo, sinuoso, que invade los cuerpos. Y de repente… Por eso la brusquedad sienta mal, por eso hay movimientos hoscos que elevan la epidermis o estalla el volcán con magma abrasador. Por eso los pequeños seísmos son justos y necesarios para aliviar la tensión subcutánea y que después todo vuelva a su sitio. El corazón late en su propia escala Richter. La armonía entre dos seres es la manera más hermosa de decir te quiero.
No hay ser humano, con todos los matices del concepto, que no lo haya perseguido. Y como hay tantos seres humanos, y tantos tipos de relación, hay, en consecuencia, innumerables modos de amar. No existe el molde único, como no existe el felices para siempre sin los reajustes necesarios. Porque tú y yo cambiamos, en individual y en conjunto. Porque los humores varían. Cada mañana nacemos de nuevo. Hace muchos años le escribí a una novia un SMS por San Valentín que decía: A nosotros nunca nos hará falta un día en el que nos recuerden que nos amamos. Me pareció un buen modo de ahorrarme un regalo empalagoso y, de camino, refrendar ese pensamiento: resucitar el amor con cada amanecida, el mismo pero diferente, recostándose en el lecho de un tiempo nuevo.
Por eso no hay que rehuir a Cupido. Nunca. Al final aparecerá donde menos te lo esperas. Cuando se presente ese pícaro con sus alas y su arco, tendremos la certeza de que sus flechas hieren. Somos vulnerables, como ante cualquier cataclismo. Insignificantes ante la magnitud que ofrece. Puede que Cupido se cruce contigo en la fila mientras esperas el autobús, ¿quién sabe?, hoy mismo, 14 de febrero, o cualquier otra fecha del calendario. Y se abrirá un infinito inexacto (¿quién le pone cronómetro al amor?). Si falla en su intento, vendrán otras oportunidades, porta saetas de sobra: eternas, fraccionadas, platónicas, de verano, no correspondidas,… Nunca lo he visto directamente, pero acurrucados entre los cojines y el cobertor, no dudo en que alguna deidad debe existir recostada en este temblor.
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