La esquina
José Aguilar
Ni la madre que lo parió
Los pueblos de Valencia asolados por la riada son lo más parecido a un escenario bélico que conocemos. Será difícil olvidar esas imágenes dantescas, las calles destruidas, repletas de escombros y coches destrozados, las lágrimas por las que afloraban tantos dramas vividos de puertas adentro. La mirada nos cambió, y la reacción espontánea fue un movimiento de solidaridad sin precedentes. Daba igual que tuviéramos, o no, familiares y amigos en las zonas afectadas: Valencia hemos sido, estamos siendo todos.
Un mes más tarde de aquel día aciago, los valencianos siguen lanzando el mismo grito silencioso: ¡No nos dejéis solos! Porque el foco informativo se va desplazando dolorosamente, y la gente ya está en otra cosa, con ganas de luces y compras. Lo hemos visto ante otras desgracias, otras masacres que en su día provocaron una oleada de reacciones. Como la guerra de Ucrania, que ya solo sale de su letargo informativo cuando las barbaridades son mayores; o como Gaza, más bien lo que queda de ella, donde cada día crece el conteo de muertos, de bombardeos, de absoluta infamia: el escenario de la vergüenza de toda la comunidad internacional. Hay lugares donde las DANAS se amontonan, donde cada día es peor que el anterior.
La sensibilidad y los cauces de ayuda hacia el levante español permanecen aún. Pero los palestinos, los ucranianos y una lista desgraciadamente larga de conflictos olvidados, se van quedando lejos, muy lejos… No se trata de establecer un ranking de horrores o una prioridad en función de la geografía: sentirse al lado de los valencianos no significa dejar atrás otros lugares de sufrimiento. Pero la verdad es que esa mirada compasiva no se sostiene mucho tiempo, porque es incómoda y porque compromete. Enseguida salta la pregunta: ¿y yo, qué puedo hacer?
Algo muy simple, pero muy costoso: no olvidar. No consentir que el cansancio o la desesperanza nos dobleguen. Seguir saliendo a la calle cuando haga falta. Y ponernos en lugar del otro, ese movimiento básico de empatía del que tanto se aprende. Ha habido emergencias climáticas posteriores al desastre de Valencia en las que, ante un riesgo similar, se ha procedido de forma bien distinta: eso lo hemos entendido con la DANA. Pues lo mismo vale en otros contextos: las injusticias cometidas, el escandaloso desprecio a los derechos humanos, son una amenaza para todos, porque van contra todos. Saber mirar el sufrimiento es saber actuar contra él.
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