El balcón
Ignacio Martínez
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La fiscalía italiana ha presentado un auto de procesamiento contra Francesco Arcuri por “haber maltratado a sus hijos menores, sometiéndoles a violencia física, vejaciones, injurias y amenazas”, que describe de esta manera: “les daba golpes en la cabeza, bofetadas y golpes en distintas partes del cuerpo, empujándoles contra la pared o tirándoles con fuerza al suelo, estrangulando su cuello con las manos hasta impedir la respiración”. Si les resulta raro que traiga a esta columna un caso de Italia y el nombre del denunciado por estos hechos no les suena, revisen la hemeroteca y se encontrarán con un caso cuyo origen se encuentra en 2009, cuando una denuncia por malos tratos contra ese señor por parte de la que por entonces era su pareja, Juana Rivas, terminó con una sentencia contra él de prisión y orden de alejamiento. Tal y como es tan desgraciadamente habitual en los casos de violencia machista, ella le dio “una segunda oportunidad”, volvieron a ser pareja y tuvieron otro hijo. Después de ello, Juana tuvo que huir y en una rocambolesca cascada de acontecimientos y periplos judiciales la mujer terminó en prisión y el maltratador con la custodia de los dos hijos de ambos.
Muchos fueron quienes, no contentos con poner en duda la versión de Juana Rivas, orquestaron una campaña contra la mujer: desde el propio juez que en Italia la obligó a devolver los hijos a su padre y los que en España la metieron en la cárcel, hasta políticos y periodistas de la derecha y la extrema derecha, llegando un conocido periodista a acusarla de “secuestradora, mala madre, zumbada peligrosa y monstruo”.
Son los mismos que no creyeron y que orquestaron una campaña contra las víctimas de La Manada, o contra Nevenka Fernández y es el mismo patrón que el caso de Ángela González Carreño, cuya hija Andrea fue asesinada pese a la solicitud de protección de la madre.
La lista de horrores es interminable.
Por eso fue tan importante el “hermana, yo sí te creo” y por eso es tan necesario que sigamos pidiéndole a policías y jueces que se tomen en serio todas las denuncias y no se dejen llevar por ese relato de quienes quieren frenar los avances en materia de igualdad, que pone en duda a las víctimas y protege a los agresores. Juana Rivas y sus hijos se podrían haber ahorrado un infierno.
Que, al menos, constatar esto nos sirva para evitar que otras mujeres y sus hijos pasen por lo mismo en el futuro.
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