Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Dónde están mis cuatro euros?
En tránsito
En la misma tarde en que detuvieron a Lorca en Granada, alguien entregó una denuncia en el Gobierno Civil en la que se acusaba a Lorca de ser “un espía de Moscú” (entre otras muchas cosas). Y por esas mismas fechas –agosto de 1936–, en Madrid, un carpintero anarquista denunció a Juan Ramón Jiménez por medio de un sucio papelito de color añil que estuvo a punto de costarle la vida al poeta en un juicio popular (a los pocos días, Juan Ramón y Zenobia salieron zumbando del Madrid republicano con rumbo al exilio en América). En los dos casos, una denuncia anónima sustentada en fabulaciones y en acusaciones infundadas fue la causante de la muerte de un gran poeta en Granada y del gran susto que se llevó otro gran poeta en Madrid (Juan Ramón lo contó en Espacio, uno de los mejores poemas de la literatura española, por cierto).
Cuento esto porque el abyecto procedimiento de la delación anónima debería figurar con todos los honores en la historia universal de la infamia (y si me apuran, en el Código Penal). Lo más fácil del mundo –y lo más cobarde– es ocultarse en el anonimato y desacreditar a alguien acusándolo de haber cometido un delito. “Fulanito es espía de Moscú”, “Ese señor que vive en el tercero izquierda es un burgués y un fascista”, “Un director de cine pelirrojo me violó en un garaje cuando volvíamos de ver una película de Spielberg”. Así funciona la infamia. Y convendría recordar que hasta la cruel Inquisición española exigía unas mínimas condiciones de credibilidad a las denuncias y a las delaciones. Ni siquiera esto tenemos ahora.
Si alguien tiene la prueba o la legítima sospecha de que un ciudadano ha cometido un delito, lo único que debe hacer es presentarse en un juzgado y poner una denuncia. Pero abrir una cuenta en Instagram para que la gente que quiera vaya enviando su denuncia anónima –que además permite identificar fácilmente a los denunciados aunque no se les nombre– es una aberración moral y jurídica que debería suscitar el rechazo unánime de una sociedad medianamente saludable. La delación anónima es uno de los peores vicios sociales imaginables en una sociedad civilizada, pero pueden estar seguros de que nadie va a protestar. Y las sucias, las infectas, las vergonzosas delaciones anónimas que conculcan todas las garantías jurídicas de una sociedad libre seguirán su curso. Y todos calladitos.
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