El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
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La aldaba
La eternidad no existe por mucho que vivamos como si fuéramos inmortales. Pura soberbia o mero escapismo. Nadie se debería morir a los cuarenta años, tampoco los niños, ni tanto seres buenos que generan la belleza que salva este mundo. La muerte siempre aguarda, no es patrimonio de la ancianidad, ni de colectivos profesionales, ni de lugares ni fechas concretos. En el Parlamento de Andalucía se ha sentido su desgarro, siempre frío, siempre con ese brillo fugaz del acero cortante, siempre con la tristeza y la indefensión que siguen a la sorpresa, la conmoción y la incredulidad. Toda la vida con ella y nunca deja de impactarnos su llegada. La vida sigue, claro, pero no lo hace igual después de una muerte. Preferimos vivir con la convicción de que hay familiares y amigos que nunca se (nos) van a morir: la muerte es cosa ajena, de otros, como las guerras y las tragedias. Pero solo la edad permite descubrir que ojalá nos sea concedida la bendición de una buena muerte. La gente hace testamento para repartir sus bienes, cuando aquí, a la hora de la verdad suprema, solo dejamos acaso el amor que hayamos dado, la integridad con la que nos hayamos comportado de acuerdo con unos principios. El Parlamento ha sufrido un mazazo, como una familia más, como la casa de la que alguien sale con los pies por delante, en el ambiente mudo que se hace en un templo a la llegada de un féretro mientras suenan tañidos a duelo. Hace treinta años que la Cámara era noticia en todo el mundo por un ataque de risa que se emitió en televisiones de Iberoamérica y Asia. Se dijo entonces que aquella reacción humanizó a la clase política, que descomprimió las tensiones tras ocho horas de una insufrible votación sobre presupuestos. Tres décadas después hemos visto llorar a sus señorías, hacerse el silencio y suspenderse la sesión. Jesús Aguirre fue el albacea de los estados de ánimo más que el presidente de Parlamento. El día más triste, el que nunca olvidarán los diputados, el de las flores en un escaño a la memoria de una joven sevillana a la que tocó soportar la cruz de una enfermedad. De las risas de 1994 al dolor desgarrados de 2024. La vida es eso que ocurre mientras despides a seres queridos, te acostumbras a acudir a funerales, procuras cicatrizar tus heridas y adaptarte a las ausencias. Lloren sus señorías, despidan a María y hagan los debidos homenajes porque es tarea de los vivos honrar a sus muertos. Recen si pueden. El dolor es humano, como la tristeza. Y hoy toca sufrir, hundirse y levantarse, para mañana procurar ese legado de amor, el único que podamos dejar en este mundo de bellezas y miserias mientras anhelamos una buena muerte.
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