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Entiendo por desinterés esa actitud desidiosa mostrada por una persona cuyo puesto de trabajo está dedicada a la atención al cliente. Es decir, que no hace ni caso por mucho que el cliente intente recibir alguna respuesta satisfactoria. Yo he sido cliente de Renfe estos últimos días. Y como tal he sufrido el desinterés de un funcionario público que vive con aburrimiento la profesión que conseguiría por algún mérito superior que otros compañeros no tuvieron al acceder a su plaza en la empresa. Pero, este desinterés, provocó que generase problemas a los pasajeros. El viaje ya empezó de manera abrupta cuando el tren partió con retraso debido a otra de las famosas “incidencias técnicas” que obligaron a un cambio de tren muy inferior al pagado en inicio. El convoy no tenía grandes diferencias entre vagones y sí un común denominador: ni había carteles anunciadores en cada cabina ni ninguna megafonía anunciaba las paradas. Que no hubiera servicio de cafetería ya lo dejo en el saco de las obviedades. A los pocos minutos de partir de la estación de Atocha, en Madrid, vino una azafata para preguntar a los pasajeros si se había escuchado por megafonía el anuncio de la próxima estación. Respondimos afirmativamente. Pero nunca más volvió a sonar. No volvimos a ver a ningún empleado hasta que, sospechando por el tiempo del trayecto que estaría llegando a mi destino, después de casi tres horas de viaje en el que la megafonía nunca volvió a sonar, opté por levantarme. Tras recorrer cuatro vagones di con ambos empleados de Renfe apoyados en un viejo mostrador contra una ventana. La pregunta que les hice fue muy específica: ¿Es la siguiente parada Calahorra? Ella me respondió invitándome a que hiciera una cuenta matemática con la que yo debía calcular la posible llegada sumada al retraso que llevábamos. Le pregunté hasta cuatro veces: ¿pero, es la siguiente parada Calahorra? No, me respondió. Es Rincón de Soto y la siguiente será Calahorra. Regresé a mi butaca, me puse el abrigo y con la maleta preparada esperé. Seguí sospechando que algo no encajaba. Miré en mi teléfono la ubicación y, efectivamente, me marcaba que habíamos pasado Calahorra. Busqué al azafato: le pregunté, una vez más, por la parada de Calahorra y me respondió de muy malos modos que ya la habíamos pasado. Todos los pasajeros le reprocharon la falta de atención y su desinterés. Es decir que terminé en Logroño. Nadie nos atendió, nadie asumió su trabajo ni su responsabilidad. Eso es desinterés e incompetencia. Pero lo peor, la falta de respeto de Renfe.
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