Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Un terrible crimen en Alemania ha desatado una tormenta política en Alemania. En Europa. Un refugiado sirio asesinó a varias personas en un festival. Y eso convirtió a todos los refugiados sirios en una amenaza. Y de repente para sobrevivir en política hay que ser contundente con esa amenaza. Lo mismo que ocurre aquí cuando algún adolescente roba o golpea a alguien. Pero si ese adolescente resulta ser de, por ejemplo, Marruecos, eso convierte a “todos” los adolescentes en una amenaza. Y a partir de ahí vale todo.
Eso es xenofobia. De libro. Fácil de identificar, para el que tenga el mínimo interés. Si el crimen en Alemania lo hubiera cometido un ciudadano alemán, o británico, o español, a nadie se le hubiera ocurrido proponer la expulsión de todos los españoles. Si un adolescente españolísimo roba o agrede a nadie se le ocurre acusar a todos los adolescentes de delincuentes. No es difícil detectar la xenofobia en estos casos.
Pero la cosa se va complicando, claro. Porque en el actual panorama sociopolítico la xenofobia se ha extendido. La ultraderecha está amortizando el desencanto de una gran parte de la sociedad, que se siente indefensa, engañada, decepcionada. Y que termina aceptando esa xenofobia como parte de un paquete ideológico más amplio: bajada de impuestos, lucha contra la corrupción, seguridad, libertad…
Y los partidos se enfrentan a un dilema cuando esa ideología populista empieza a cuajar: mantener los principios ideológicos y denunciar la xenofobia; o virar hacia posiciones más cercanas a la xenofobia, para evitar que un triunfo de la ultraderecha dinamine, de golpe, los derechos y libertades que se han ido construyendo en los últimos sesenta años. Es legítima esa preocupación política. Pero puede tener muy malas consecuencias.
Nos hemos salido del marco de los Derechos Humanos. Lo hemos ido haciendo poco a poco, discurso a discurso, elección tras elección… pero estamos fuera del marco. Y sin ese marco de referencia lo de hacer política puede ser cualquier cosa. No seamos desmemoriados: nos dimos esos Derechos Humanos porque no queríamos volver a sembrar el mundo de cadáveres, porque no queríamos otra gran guerra.
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