
Desde la Ría
José María Segovia
Poesía moguereña
Envío
Hay veces en que uno, sentado disciplinadamente en la butaca asignada por el protocolo, tiene la percepción de que lo que va ocurriendo ante sus ojos tiene mucha más trascendencia de lo que esperaba, que en el curso de una hora escasa, tanto en el escenario como entre el público asistente, hay un cruce de mensajes, unos expresados, otros tácitos, de consecuencias cargadas de futuro.
Algo así me sucedió el pasado lunes 17 durante la investidura por la Universidad CEU Fernando III de sus primeros doctores honoris causa, la empresaria y filántropa sevillana Concha Yoldi y el magistrado del Supremo Manuel Marchena. El acto se desarrolló ante un público numeroso y muy representativo de la sociedad que puede sentirse más identificada con un proyecto formativo como el del CEU. En ese sentido, el rector Parejo Gámir ha conseguido un espaldarazo quizá definitivo para una Universidad nacida de un fuerte impulso académico y social –esta es la cuarta Universidad del CEU, el grupo educativo privado más importante de España– que, sin embargo, hubo de vencer grandes dificultades políticas y fuerte oposición ideológica hasta hacerse realidad. Era muy llamativa, y no pasó en absoluto desapercibida, la presencia del rector de la Universidad de Sevilla, en su día uno de los más firmes opositores al proyecto, en la mesa presidencial del acto. Pero hay realidades que se imponen por razones de justicia y bien común. La asistencia al acto de Moreno Bonilla y de su consejero de Universidades, Gómez Villamandos, daba un inusitado respaldo político a la nueva Universidad.
Concha Yoldi, en su discurso, hizo valer su condición de gran empresaria volcada desde hace muchos años en labores asistenciales y sociales, pero también de eslabón de una familia benemérita en la que destacó a su abuelo, fundador de Persán y miembro de la Asociación Católica de Propagandistas, entidad creadora del CEU. Las esperadas palabras de Manuel Marchena precisarían crónica aparte, tal fue la carga institucional y el énfasis puesto en la necesidad de una administración de justicia independiente del poder político, respetada y al margen del juego partidario. Un discurso creíble en boca de un magistrado ejemplar que ha tenido que pagar un fuerte tributo personal por el mantenimiento de un prestigio que nadie osa discutirle. En resumen, un día memorable por lo que vio y por lo que se pudo entrever. Larga vida a la Fernando III.
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