
Monticello
Víctor J. Vázquez
Una pérdida de tiempo
Voces nuevas
Náuseas. Miedo. Tristeza. Desazón y el dolor afilado de los recuerdos. Todo eso sentí cuando crucé las puertas del Hospital Juan Ramón Jiménez para visitar a Juampa. Nada más llegar me topé con la sonrisa cálida de su novia, Lourdes, mi mejor amiga y uno de mis mayores sustentos en la vida. De camino a la habitación, mientras cruzábamos esos pasillos laberínticos con olor a lejía y esterilizante, pensaba en lo rápido que una se olvida de las cosas que la atormentan. Hace nueve años llegué a conocer ese hospital como la palma de mi mano por la enfermedad que se llevó a mi padre. Ahora, no sé llegar sola ni al aseo. Y la verdad, no me importaba. Cuando vi a Juampa sentado en la cama con el drenaje que los médicos le habían colocado en la cabeza me acordé de cuando lo conocí. Eran mis primeras veces en la tele local de Huelva y él me grababa. Esta vez su mirada estaba más apagada, pero detrás de la enfermedad que lo envuelve seguía estando esa cara, la del niño grande que ama la vida y a la que está dispuesto a aferrarse a pesar de que, por desgracia, la realidad de la sanidad onubense no le acompañe. Debía operarse con urgencia el 18 de marzo. “Si no lo hacemos ahora, su lesión cerebral podría sangrar y acarrear más daños”, nos contaron. Pero llegado el momento, le comunicaron que en la UCI “no había camas”. Tocaba esperar así una semana más con los nervios clavados en el alma. Sin embargo, tampoco pudo ser este martes. Antes de empezar, los médicos no tenían a punto “una máquina” necesaria. 18 días lleva Juampa esperando y con él su gente. La que cada día reza, le acompaña deseando despertar de lo que se ha convertido en la terrible pesadilla del día de la marmota. Nadie duda que los médicos son ángeles, pero lo que hay detrás, ¿quién lo mide? Las noches en vela, la incertidumbre, el cansancio emocional y la sensación de abandono no deberían ser un añadido en momentos en los que una persona joven se entera de que tiene algo grave. No es justo. No porque un hospital público pagado con impuestos no tenga recursos, personal o una triste máquina en funcionamiento para operar de vital importancia. A pesar del mal sueño que no acaba, Juampa bromea con el bigote “mal afeitado” que le han dejado, sigue comiendo bizcocho y riendo, cuanto puede, “porque ya nos hemos resignado y mientras, al menos, estamos juntos”, me cuenta una Lourdes que en días ha crecido años. Los que lo queremos seguimos haciendo la cuenta atrás para volver a verlo brillar junto a su hija. Todo esto también ha enseñado a ese círculo que lo rodea a mirar distinto. A centrarse en lo bueno, a apreciar lo importante. Porque cuando mi amigo se cure, que lo hará, esto será solo una anécdota. Eso sí, una anécdota que no deseo volver a contar y que espero, no tengan que vivir, siquiera, los que pasaron por alto arreglar aquella máquina.
También te puede interesar
Monticello
Víctor J. Vázquez
Una pérdida de tiempo
RTVE: propaganda y circo
Quousque tandem
Luis Chacón
La pericia en el engaño
Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Admiración sesg ada
Lo último