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Vivimos en un tiempo demasiado condicionado por el populismo de extrema izquierda y de extrema derecha. En el siglo XX, los movimientos de extrema izquierda llevaron al comunismo, y a la toma del poder mediante revoluciones. En el siglo XX, los movimientos de extrema derecha llevaron al fascismo y el nazismo, y a la toma del poder mediante sublevaciones. La extrema izquierda y la extrema derecha nunca han sido democráticas, sino que aspiran a conquistar el poder para imponer sus totalitarismos a la sociedad. Y, en ocasiones, lo intentaron por las malas, mediante golpes de estado. A veces disfrazados de revoluciones o alzamientos.
La democracia, por consiguiente, debe estar prevenida con la extrema derecha, y también con la extrema izquierda. Aunque la libertad consiste en tolerarlos. El error que se ha extendido es demonizar a los extremistas de derechas y justificar a los de izquierda. El supuesto progresismo, auspiciado por Pedro Sánchez, ha incurrido en ese error en su beneficio. Y es lamentable que se haya trasladado a la opinión pública sin ponerlo en duda ni denunciarlo, cuando no tienen las ideas claras.
La extrema izquierda se atribuye una superioridad moral, con la que intenta exculparse de sus errores y abusos. Es una maniobra que puede resultar hasta comprensible, es un truco. Lo incomprensible es que esos comportamientos tan burdos no sean tratados igual. Existe una doble vara de medir para la extrema derecha y la extrema izquierda. Y se olvida que las democracias occidentales (propias de los países más libres y civilizados del mundo) han sido creadas por la izquierda y la derecha moderada, desde el consenso y la tolerancia. Con las urnas, las constituciones, las leyes y los derechos. Sin abusos de poder, ni autoritarismos, ni trágalas.
Cuando llega la hora de la verdad, como ha pasado en el rearme de Europa, cada cual queda en su sitio. Entonces ya no se puede disimular. Entonces se comprueba quiénes apoyan la libertad y quiénes son tolerantes con los autoritarismos. El problema del PSOE y del PP es que tienen socios de conveniencia. Pero, en lo esencial, necesitan ponerse de acuerdo entre ellos. Felipe y Aznar lo hicieron. La mayoría no está en la izquierda ni en la derecha, sino en la suma de ambas sin los extremos.
Un Estado de Derecho necesita una sola vara de medir. Cuando esto se olvida, la democracia está en peligro.
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