El balcón
Ignacio Martínez
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He elegido como título de la columna de hoy una frase del libro “Holly”, de Stephen King: “Los dones son frágiles: nunca confíes los tuyos a personas que puedan romperlos”. Al leerla he cogido aire y me he acordado de todas las personas que no tuvieron la oportunidad de hacer lo que les gustaba, por culpa de no contar con el valor suficiente o no tener al lado a personas que los alentaran, los animaran y les brindaran una oportunidad, con conciencia o sin ella. Pequeños y no tan pequeños. En el caso de los progenitores creo que no es una tarea fácil, eso de allanar el camino para que un hijo sepa lo que se le da bien, potenciar esa habilidad si la tiene y animarlo para que no abandone.
La mayoría de los mortales no llegaremos a ganar nunca el oro en las olimpiadas, no escalaremos montañas de seis mil metros ni hablaremos fluidamente el chino mandarín . Tampoco daremos conciertos en el Teatro Real, no pintaremos como los ángeles ni ganaremos nunca ningún premio Nobel. Pero los que lo han logrado no sabían que llegarían tan lejos cuando empezaron.
La falta de recursos es una causa muy común, con todo el pesar que ello supone para unos padres, el no poder dar a sus hijos todo el apoyo que merecen, a nivel educativo, de ocio y de actividades extraescolares. Hoy en día el acceso a la educación, por ejemplo, está más normalizado, incluso en familias con pocos recursos, debido a las ayudas y al aumento de las oportunidades de estudio.
Si nos vamos 50 años atrás era común que sólo estudiara uno de los tres hermanos, si es que había suerte: los demás a trabajar y el sueldo para la casa. Algunas familias no podían permitirse ni unos zapatos nuevos; otras más boyantes pudieron dar una educación a todos sus hijos en una época en la que tener una carrera universitaria era un lujo y un orgullo para la familia.
A María, de 72 años, le encantaba nadar de pequeña. Vivía en un pueblo pesquero, y todas las mañanas en verano se metía en el agua corriendo después de esperar un buen rato tras el desayuno. A los 12 años la mandaron a cuidar de la vecina, que era mayor, y dejó de nadar cada mañana. Juan, de 78 años, tocaba en la banda de su pueblo: toda la plaza quedaba en silencio cuando hacía su solo de trompeta. Todos decían que tenía un don. A los 16 años empezó a trabajar en la obra y dejó de tocarla.
No todo el mundo puede pagar una academia de música, una inscripción para unas clases de natación o un máster en escritura creativa. Pero la vida es larga, aunque digan que es corta. Depende de cómo se mire, igual que lo del vaso medio lleno o medio vacío. Nunca es tarde para aprender o retomar ese pasatiempo que siempre te ha fascinado: tocar la guitarra, aprender a usar un ordenador, hacer un curso de pintura o estudiar un idioma. ¿Cuál es el problema?
En junio se graduó Miguel Ángel Gallo, con 90 años. Ha tardado siete años en sacarse la carrera de Bellas Artes en la Universidad de Barcelona. Empezó a pintar a los 82.
“El saber no ocupa lugar”: el que ocupa lugar eres tú en el sofá sin hacer nada pensando en todo lo que te gustaría hacer y no haces. Tengas 20 años, 40 o 70: ¡Espabila!
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