Las edades del verano (III)

Paisaje urbano

21 de agosto 2024 - 03:05

Hay un sentimiento como de compasión cuando desde el chiringuito los vemos pasar como en una procesión precaria, él por delante, la toalla al hombro y las chanclas en una mano, la silla de la suegra en la otra y la mujer detrás, indicándole a voces el hueco idóneo entre las dos sombrillas, mientras una prole no pequeña corretea a su alrededor perfectamente uniformada con sus bañadores a juego. Más que la playa, diríase que están atravesando el desierto del Sahara, sólo que aquí no hay más oasis que la cerveza furtiva en un momento de descuido del alto mando, que no suele extenderse más allá de la media hora. El veraneo del joven padre de familia no tiene el carácter iniciático y sentimental del niño, ni el desparpajo insolente del adolescente, sino que entra de lleno en ese mundo adulto donde crecen las obligaciones al mismo tiempo que mengua la cartera.

Es el tiempo de sembrar y compartir, también las localidades costeras del verano. En la muy española costumbre de pasarlo todo por la familia, el sufrido cónyuge (póngase aquí el lector en el lugar que prefiera) tendrá que pasar por el ineludible peaje de cambiar por unos días su paisaje estival de toda la vida por el novedoso consorte, casi siempre distinto, pisando una arena que no es la suya, alternando con unas amistades que apenas conoce, adaptándose a unas costumbres que no por repetidas nunca terminará de asimilar. Tiene algo de exiliado de playa, como el que juega en campo contrario, ese veraneo como a contracorriente, que se manifiesta tanto más en el disputado sofá delante de la vieja tele, en la tortura del baño compartido, en los inevitables conflictos domésticos (la pelea del niño con el primo, un clásico), en el periódico mutilado por la incomprensible obsesión por los crucigramas del cuñado.

Si hasta ahora los tiempos del verano se nos antojaban fugaces, ahora vaya si se hacen notar. A medida que van pasando los días lentos y ya casi se ha agotado el cupo de reservas de los restaurantes, se van echando de menos las poco valoradas rutinas del invierno, y el que más y el que menos aprovecha cualquier ocasión (el día de la patrona, el primer partido de liga…) para una avanzadilla a la ciudad. Desconectar no sé, pero no es esta desde luego la edad del descanso, y más de uno acabará como la madre del poeta cuando camino de la frontera preguntaba, aunque aquí sin asomo de tragedia: “¿Falta mucho para llegar a Sevilla?”.

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