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Con la edad, cambia la perspectiva del verano, los usos, los orígenes, las motivaciones. Si hubo un tiempo en el que el tiempo sin tiempo del verano fluía sin apenas darnos cuenta, al que siguió otro más condicionado por las obligaciones familiares, ahora sin embargo parece que todo aquello que nos parecía indiscutible se hace relativo, y la inevitable sobreexplotación del litoralcostero se hace tan insoportable como en cualquier otro sitio. Es el tiempo de buscar otras propuestas, aunque para ello hayamos tenido que soportar el coste de oportunidad que supone renunciar a esa cotidianidad nunca perdida que da el veraneo a cien kilómetros de nuestra casa.
Un verano en Cambridge hace casi cuarenta y cinco años con su primera e iniciática visita a Londres (la juguetería de Hamleys en Regent Street, aunque a mí me gustaba más Lillywhites, enPicadilly, la tienda de deportes más grande del mundo) me sirvió de referencia para repetir la experiencia treinta años después, cuando volví a la misma ciudad universitaria dos años seguidos, pero ya como padre de familia, y que prolongué algunos veranos más. Por el sur de Irlanda (aquel fin de semana en Slea Head, frente a las Blasket Islands, quizá sea el paisaje más impresionante que veamos jamás) o en Oxford, donde el rincón más recóndito del más modesto college es ya de de por sí un jardín botánico. Desde entonces, mis veranos siempre tienen algo de inglés en sus lecturas (McEwan, Barnes, Mortimer….) o en las evocaciones de su buen clima de verano (siempre una rebequita a mano), de su amable urbanidad apreciada en sus parques y paseos junto al río, de sus pintorescas estaciones de ferrocarril que, sin tanto cuento como aquí,articulan perfectamente el país.
Hace más de doscientos años, desde Exeter, capital del condado de Devon, partió el primer Osborne que pisó suelo español, para establecerse aquí definitivamente y consolidar la compañía de vinos que lleva su nombre. No muy lejos de allí, está la playa de la Riviera Inglesa donde Agatha Christie nació y recrea sus famosas novelas. En los últimos veranos de esta edad, cada vez más tardía, anduve por allí buscando sus huellas. La arena de aquellas tierras del sur de Inglaterra no tiene el brillo de las nuestras de El Puerto, pero allí detrás, no muy lejos del muelle donde dicen que atracaba todos los veranos el barco de la reina Victoria, se alza un edificio majestuoso que me a mí me sigue recordando a la Casa Grande.
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