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Le tomo prestado el acertijo a una profesora sueca experta en migraciones y trabajo social. En realidad es el arranque de un debate que propone a sus estudiantes: en un barrio de Malmö, una de las ciudades más interculturales del mundo, se produce un choque de vecinos en un residencial. Entre los del bloque 1 y el bloque 2. La situación es irreconciliable. ¿Por qué? Surge en seguida la hipótesis del tema racial y las orientaciones sexuales, la situación económica y los privilegios, las siempre espinosas rencillas con la propiedad. No es nada de eso. Todo es mucho más sencillo y más complejo a la vez: unos llegaron primero y otros después. Son dos generaciones diferentes de migrantes. Quienes se han asentado y han visto reconocidos sus derechos, ven tambalear su situación.
En el fondo, son las mismas dinámicas que dio hace unas semanas el presidente de Colombia cuando apeló a la “teoría de la escalera” para intentar entender por qué millones de migrantes han votado a Donald Trump. Sin importarles que, durante la campaña, el ya presidente electo anunciara una política de muros y fronteras con la deportación de 11 millones de indocumentados y otros tres millones de extranjeros con estatus temporal.
“A esto se le llama la teoría de la escalera; si logras beneficios, tiras la escalera para que la gente como tú, no suba”. Hay quienes criticaron a Gustavo Petro por apropiarse de una teoría que formuló Dallas Lynn en los 90 con un enfoque completamente distinto: la evolución de las relaciones amorosas en contextos románticos y platónicos. Cierto, no hablamos de cómo los amigos se convierten en amantes y no será la versión más ortodoxa, pero creo que funciona. A mí me llega en formato viral con miles de “me gusta” y una crítica ácida al “egoísmo patológico” de las relaciones humanas. A cómo “nos traicionamos los trabajadores” (no los ricos). La teoría de la escalera, con esta mirada, nos ayuda a comprender lo incomprensible y a reflexionar, por extensión, sobre cómo las jerarquías sociales nos acaban determinando (y corroyendo) a todos. Con la política como espejo de máxima expresión.
Lo pensaba este fin de semana con el congreso federal de los socialistas en Sevilla (nada hubiera cambiado si hubiera sido el del PP): ejemplos de libro de cómo atrincherarse en los peldaños del poder. Pero luego nos despertamos con Francia pendiente de un hilo (de Le Pen) y comprobamos que las escaleras se pueden sacudir desde los extremos. ¡Lástima! Solo nos falta descubrir lo más desafiante: saber si podemos tirarlas desde abajo.
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