El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
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Nuestro periódico viene ilustrándonos sobre el valor, la belleza y el sugestivo atractivo de nuestras playas, escribiéndose nada menos que por National Geographic que “si Marte tuviera costa sería como esta playa de Huelva”. Según la información se trata de una de las playas más hermosas y salvajes de nuestro litoral: la playa del Asperillo, “un espectáculo visual de la Naturaleza… una línea de costa única”, que a la docta publicación le parece “de otro planeta”, el acantilado dunar más alto de Europa”, un sistema de dunas fósiles a lo largo de doce hectáreas de costa, cuyas características geomorfológicas y ecológicas más singulares de la Península configuran un paisaje excepcional. Pero ésta es una más de una serie de playas que desde la del Vigía y Mazagón, pasando por el Parador, Torre del Oro o del Loro, Rompeculos – con perdón -, Mata del Difunto o Matadifuntos, la Cuesta de Maneli – que se recupera desde el incendio de 2017 (un deslumbrante océano de pinos si miras al norte, un resplandeciente Océano Atlántico si miras al sur) -, las llamadas Playas de Castilla - hasta las solitarias y salvajes playas de Doñana. Están aquí, al lado, las he caminado, las he pateado, las he gozado con la satisfacción y el placer casi sensual de sentirme en ellas como en un paraíso inigualable.
En esta geografía de cuya singularidad toda expresión puede quedarse corta, hay parajes en su interior que, además de brindarnos una belleza natural de fascinantes atractivos, nos ofrecen una toponimia sorprendente y reveladora del ingenio de quienes crearon una nomenclatura mágica, casi cabalística, acorde con su peculiaridad. De Poniente a Levante partiríamos del Pino de las Balas, entre tantos, o El Puntal, la Majadilla de los Cuervos, Las Tres Rayas y la Matilla, donde pernoctan las Hermandades de Emigrantes y Huelva, respectivamente, la Loma del Saladillo, la Higueruela, más arriba el Arboreto del Villar con 70 variedades de eucaliptos, cuyo valor etnográfico, antropológico y cultural se ha destacado por la Junta de Andalucía, más abajo las lagunas de Moguer, secas por la cruel sequía o la ruta de los poblados forestales iniciada en el propio Mazagón y sigue por Bodegones, de inolvidables recuerdos para los rocieros onubenses, Villarejo y Cabezudos y en medio el Charco de la Tahona en la ribera de La Rocina, de encanto cautivador, vegetación exuberante y nenúfares florecientes, el Corchuelo, el Abalario, el Acebuche, el Alamillo, La Mediana, el Villar, asentamientos de las forestaciones, el ámbito sincrético de Juan Villa, escenarios enigmáticos de sus impagables relatos, el Acebrón, el arroyo de la Cañada, “la charca” de los rocieros de Huelva…
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