El catalejo
¿Que no hay impunidad?
Macron habla de electroshock para describir el regreso de Trump, una metáfora acertada sobre esa especie de zarandeo que se ha propagado alterando consensos y rompiendo precarios equilibrios. Sus hechos, y por encima de todo sus palabras, son amenazas que funcionan como estrategias de negociación, recursos de una puesta en escena que logra propagar el miedo. Enfrente, la indignación y las declaraciones de los estados europeos forman también parte del espectáculo. En el fondo, todos saben de qué va la cosa.
El plan de expulsar a once millones de migrantes, promesa central del trumpismo, sirve de claro ejemplo: no hay policía, ni ejército, ni centros, ¡ni dinero! para llevar a cabo esa locura. El gobierno de Trump sabe además que la economía del país colapsaría sin esos trabajadores. Pero detienen a gente arbitrariamente, aunque los liberen a las pocas horas, y así pueden alimentar la narrativa de estar protegiendo a los suyos, limpiando el país de delincuentes.
Por cruel y escandalosa que parezca esta estrategia, Trump no ha inventado nada. Ha acelerado los plazos y deformado grotescamente los protocolos porque así lo exige el histrionismo del personaje. Se ha cargado las formas, sí. Pero a este lado del Atlántico hay muchos que hace tiempo buscan lo mismo: de deportaciones masivas saben en Italia, Hungría o Reino Unido, saben en Ceuta y Melilla y recuerdan en El Tarajal. El Espacio Schengen tiene sus propios espaldas mojadas, no seamos hipócritas. La política antimigratoria no es solo la baza electoral de los partidos de ultraderecha en Europa: tras una apariencia de legalidad, los gobiernos europeos -también los progresistas, a cuestas con sus contradicciones- manejan la misma ecuación de Trump: todo lo problemático (hoy los migrantes, mañana no sabemos qué) carece de dignidad. Como dice el sociólogo Ignacio Mendiola, la frontera se ha convertido en lo más reseñable de lo político, una máquina apisonadora de garantías jurídicas o derechos humanos.
Las ideas de Trump sobre el desplazamiento de personas, una de las grandes cuestiones de nuestra época, actúan como un espejo donde otros estados se ven grotescamente aludidos y se dicen asustados. Se asustan por las formas, sí, pero el fondo es el mismo. Ocurre en este tema y ocurrirá en otros. Solo si sentimos vergüenza ante ese espejo se podrá encontrar un rastro de exigencia ética que nos ayude a salir de este callejón histórico. La parálisis del electroshock no puede durar siempre.
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