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No nos lo enseñaron. No nos prepararon para caminar solas después de haber alcanzado cierta edad. Y cuando digo solas me refiero a sin un compañero o compañera de viaje. Sin ese alguien con el que, desde que nacemos, nos “empujan” a estar llegado un momento vital. Desde pequeñas nos regalan muñecas, soñamos con el final feliz de las pelis Disney, jugamos al Conejito de la Suerte y sin quererlo, crecemos proyectando en la mente un futuro que, ¡sorpresa!, no siempre acaba siendo real.
A pesar de que los tiempos cambian, de que la igualdad de género toma peso –por suerte– y de que el empoderamiento femenino es uno de los mensajes de moda en Instagram, en el fondo de muchas de nosotras, y no tan en el fondo, seguimos anhelando ser esas Barbies cuyas historias centraban nuestros días en la niñez. Unos días que estuvieron, muy a mi pesar, regidos por un caduco modelo patriarcal que, por desgracia, aún algunas mantenemos grabado a fuego en el ADN y en el alma. Y no lo digo solo por el físico, que también –¿o me vais a negar que no nos exigimos llegar a estándares que rozan la frivolidad?–, sino por la trama. Esa trama del cuento, queridas, que no nos contaron hasta qué punto podía cambiar. Una estafa para los Millennials después de llorar con películas como La princesa prometida, Dirty Dancing, Splash, Mi Chica o Forrest Gump.
Porque de repente llega un día en el que creces y “la persona de tu vida” simplemente desaparece. Y no lo hace por otra, ni porque no seas correspondida. Se va porque dice quererse más a él. ¡Manda narices! Y entiendes que uno más uno no son dos. Que el amor de cuento no todo lo puede, que estás en otra película y que tú, a los 35, no eres ni remotamente como imaginabas de niña. Pero eres mejor. Mucho mejor, aunque duele y escuece porque no fue como planeaste. No estás casada, no tienes hijos, ni siquiera una pareja ni un plan. Tú, la reina de las comedias románticas, la primera de tus amigas en besar, la confidente de todas sus bodas… ¿Y ahora qué?
Pues ahora, la vida. Un universo de posibilidades. Desaprender para aprender a ser desde esa niña que ya se fue. Olvidarse de que la autoestima dependa de nadie. Romper con las limitaciones constantes, con las historias que no nos pertenecen y aceptar el “nuevo futuro” que no nos contaron pero que se nos pone por delante. Y vivir, ya que por suerte, estos tiempos no son los de antes. Ojalá mis sobrinas lo sepan cuando crezcan. Que no esperen “la vida ideal”, sino que vayan a por ella. Sin estándares, sin patrones, siendo valientes sin mirar las opiniones. Ojalá les enseñen en la escuela que en su final de Disney ellas deberían ser por sí mismas el príncipe y también la princesa. Y que eso es más que suficiente.
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