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David Fernández
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Postdata
Hace unos años, mi maestro y amigo el catedrático José María Viguera me contaba una anécdota ilustrativa. Estando en faena de revisión de exámenes, advirtió cómo, mientras él utilizaba un usteo cabal, un alumno quejoso le hablaba constantemente de tú. Harto del dislate, se lo indicó irónicamente al protestante. Éste, para estupor de Viguera, le espetó un “no te preocupes, tutéame también tú”. Sucedía el hecho en los inicios de un tiempo en el que se está generalizando el falso progresismo de un tuteo igualitarista. No es infrecuente hoy que en nuestras relaciones diarias, y a pesar de la edad, nos llamen muchacho, chaval, cariño o cualquier otra mamarrachada. Ahora se tutea en todas partes: en la calle, por teléfono, en la televisión o en las redes. El usted suena a antiguo, a carca y clasista.
Acaso nuestra sociedad crea que esto supone un signo de democratización. Todos somos iguales y como iguales hemos de tratarnos. Ignora, sin embargo, que podemos ser iguales respetando las reglas de cortesía que están indicadas en el intercambio vertical u horizontal. En el primero, el usted, al menos al comienzo, afianza la comunicación. En el segundo, el tuteo, aunque con excepciones, resulta algo menos inadmisible. No sabemos, pues, cambiar el registro según el interlocutor y la circunstancia. La vulgaridad progre, consciente de su paupérrimo nivel lingüístico, alienta el socorrido tuteo. Sea por un irritante déficit educativo, sea –Dios lo quiera– por una moda pasajera, lo cierto es que el mal se extiende deshumanizando el lenguaje y rasando edades, méritos y generaciones.
Alguien dijo que, más allá de su círculo íntimo, sólo tuteaba a sus enemigos, a quienes no tenía ninguna consideración. Quizá exageraba. Pero abusar del tuteo no es ni más guay, ni más moderno, ni más joven, sino el síntoma de la alteración de determinados valores, al despreciar todo merecimiento, toda virtud y toda valía. Se preguntaba Cuenca Toribio, que analizó el tema en varios escritos, si es necesario abandonar toda esperanza en un porvenir de coexistencia pacífica entre el tú y el usted. Me temo, don José Manuel, que el disparate traspasa las palabras y se instala en el enrevesado campo de la moralidad. Y eso, mi admirado historiador, nos lleva a un combate ciclópeo contra la ordinariez rampante. A un complejísimo propósito ético que, dadas las excentricidades de un mundo demente y alienado, tiene un pésimo pronóstico.
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