Aquí falta condumio

Desde el momento en que nacemos, los humanos tenemos una gran desventaja frente al resto del reino animal: somos absolutamente dependientes. Un cervatillo tarda apenas unos minutos en ponerse en pie tras nacer y salir corriendo y las crías de tortuga marina, nada más romper el cascarón, se lanzan a la playa hacia el mar, sin mirar atrás.

Nosotros, en cambio, necesitamos varios lustros para aprender a no meternos garbanzos por la nariz y a separar la ropa de color de la blanca. Pasamos una eternidad dependiendo de nuestros progenitores, de las abuelas y abuelos, de las maestras y de los dibujos animados para aprender lo básico de la vida. Y, sin embargo, hay conocimientos esenciales que nadie se molesta en transmitirnos ni enseñarnos. Por ejemplo: ¿cuál es la cantidad exacta de rodajas de chorizo que debe llevar un bocadillo? ¿Qué cantidad de paté admite una rebanada de pan para que sea perfecta? Nadie nos lo enseña. Son misterios que debemos resolver por instinto, como si dentro de cada uno viviera un pequeño druida culinario que a veces, de casualidad, acierta.

Yo hago auditorías de calidad en los cumpleaños y celebraciones varias; compruebo la cantidad de condumio de los bocatas, sándwiches y montaditos. Uno de los indicadores clave para que la auditoría sea favorable y satisfactoria es que la cantidad de pan y de relleno esté en equilibrio: nunca debe sobrar pan, si acaso que falte, pero sin pasarse, porque dejaría de ser lo que pretende ser y se convertiría en una tapa mal presentada.

Hace unos meses me llevé una gran decepción en uno de mis restaurantes favoritos de la ciudad. Siempre que iba me pedía “el montadito de presa”. No fallaba: ese pan de pueblo cortado al hacha, con su carne a la brasa asomando por los bordes, sus perlitas de sal… Equilibrio perfecto entre carne y pan. Pero, algo pasó, porque en mi última visita lo que creía inquebrantable se desmoronó como un castillo de arena, las certezas que me sostenían se desvanecieron como niebla al amanecer y el horizonte que veía claro se desdibujó en sombras: tuve que levantar la rebanada superior del montadito para buscar la presa; sí, como te lo estoy contando. No he vuelto a visitar el lugar, mis principios me lo prohíben. Bueno, el otro día intenté ir pero no había sitio. Quiero volver, después de tanto tiempo, para comprobar si fue algo puntual o si fue verdad y se acabó la magia.

¿Cómo encontrar el equilibrio perfecto? ¿Cómo dar jugosidad a un bocadillo de jamón york y queso? Aceite, mayonesa, ¿o unas rodajas de tomate? ¿Qué pan es el más adecuado? ¿Qué cantidad de nocilla hay que echar para que las madres de los amigos de tu hijo no te critiquen en los cumpleaños? Si me invitas a mí seguro que sale desfavorable la auditoría. Puede que sea falta de amor, de tiempo o de paciencia, o los tres a la vez.

Y todo esto mientras preparo un bocadillo con chorizo de pavo, dudando de cuántas rodajas poner. Ojalá fueran estas todas mis preocupaciones, y las tuyas, y las del vecino. ¡Feliz jueves!

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