Gafas de cerca
Tacho Rufino
Parténope en penu mbra
Cambio de sentido
Es como Donald Trump cuando se proclama abanderado nada menos que del sentido común: de locos. Así suena, a óxido, bilis y chatarra, el discurso de quienes regurgitan en bucle expresiones del tipo “fanatismo climático” o “excesos ecologistas”. Con esta última me extasío. Si el ecologismo actual no llega a ser ni suficiente (a mi entender, necesita robustecer su mensaje entroncando no solo con la ciencia sino también con la filosofía, la poesía, las artes, la religión comparada…), hay que tener poco sentido del ridículo para tildarlo de “excesivo”. Cómo va a ser excesivo, si el discurso institucional de desarrollo sostenible se queda corto, pues de nada sirve paliar los efectos del cambio climático sin cuestionar la raíz de sus causas. Pues bien, ahora resulta que fanáticos son quienes detienen la tala de un árbol centenario que daba oxígeno y sombra a un barrio, no quienes mandan cortarlo en función de sus intereses. Fanáticos, los científicos que previenen de las consecuencias a largo plazo de arrojar al Guadalquivir 900.000 m³ anuales de agua con metales potencialmente tóxicos. Fanáticos quienes pararon el hotel del Algarrobico, no las administraciones públicas que dieron todos los permisos para construir la mole en pleno parque natural. Fanáticos, los médicos que señalan los efectos para la salud de la contaminación. Al igual que, en la norma de nuestro idioma, el masculino es el género no marcado; en las cosas de la vida, contaminar y arrollar es la categoría no marcada: nos venden como estrafalario respetar y pedir respeto por la naturaleza.
En esto, los autodenominados conservadores y ultraconservadores han perdido una ocasión de oro. ¿Qué clase de conservador es el que se revuelve ante la conservación de lo más preciso? También se lo ha perdido buena parte –no toda, Francisco de Asís nos asista– de los creyentes, recen a quien recen. ¿Qué tipo de respeto a Dios tiene quien apoya que se arrase con la Creación?
Habrá quien, por intentar mandar la bola a cualquier otro tejado, vuelva a argüir que la culpa, cual el infierno el Sartre, es de los otros, quienesquiera que seamos; que tan petardas –tan wokes, dicen–, tan fanáticas –repiten– nos hemos puesto con nuestros avisos del derrumbe, que es normal que ahora esté de moda el negacionismo climático. Ya, y la culpa de que surgiera el ku klux klan la tienen los negros, por existir... Quién nos iba a decir que “la revolución del sentido común” era esto. Drill, baby, drill.
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