Nuestro Festival

Durante unos pocos días este rinconcito perdido se llenaba de gente famosa a la que saludábamos por la calle como si vivieran aquí de toda la vida. Era mágico.

Nuestro Festival
Nuestro Festival

20 de noviembre 2024 - 03:07

Reconozco que tengo cierta relación de amor-odio con el Festival. La culpa, como casi todo lo que le pasa a cualquier adulto en la cabeza, la tiene un trauma infantil. Andaríamos por el feliz año de 1985 y un servidor calzaba sus primeros diez añitos de vida. Pantaloncitos a cuadros, chaleco de lana... Imagínense, por el tipo, la inocencia con que lo recibía todo por entonces, en un tiempo en el que no podíamos ni imaginar siquiera que algún día habría youtubers y tiktokers, y lo más lejos que llegaba nuestro mundo era cuando bajabas al centro en el microbús o, ya puestos, cuando te imaginabas dando vueltas por el espacio con Ulises 31, Telémaco y compañía.

Les cuento todo esto para que entiendan que fue así, en esa tesitura, como andaba yo por la vida cuando nos llevaron al Festival a ver El beso de la mujer araña. La peli, que ustedes sepan, es un peliculón, pero vista a los ojos de unos niños de diez años no era más que un truño insoportable. Un ininteligible aburrimiento de proporciones bíblicas que no ayudó precisamente a que le pilláramos el gusto a lo del cine iberoamericano. Personalmente, a mí el trauma me duró hasta Nueve Reinas, pero sé de gente que aún no lo ha superado.

Ignoro con qué sana intención alguien pensó que programar una película sobre las disquisiciones de un preso político y un disidente sexual (autopercibida como mujer) para un público con diez añitos de media era una buena idea, pero claramente se equivocó. Supongo que vio lo de ‘mujer araña’, pensó: “tate: Spiderman. Esta es pa los niños”, y nos la endosó. Al menos eso es lo que yo cavilaba mientras me despatarraba en la butaca y cogía postura para dormir. La cosa es que ni por esa escarmentamos, y cada año por estas fechas estábamos deseando que el Festival nos llevara al cine a ver una peli, daba igual el bodrio de que se tratase. Ahora a los niños les ponen películas infantiles, que por muy malas que sean, siempre será mejor que llevarlos a ver dramas socio políticos, aunque la esencia sigue siendo la misma, porque lo importante, que es ir al cine en vez de ir al cole, sigue siendo igual de importante hoy que hace 40 años.

Lo que pasa es que ahora cuesta que un niño te diga que ha ido al Festival con esa convicción con la que lo hacíamos nosotros: “EL FESTIVAL”, decíamos, con la boca grande, como si no hubiera ningún otro en el mundo. Con orgullo, porque sabíamos que aquello era algo especial. Durante unos pocos días este rinconcito perdido se llenaba de gente famosa a la que saludábamos por la calle como si vivieran aquí de toda la vida. Era mágico. Pero un día llegaron las subvenciones, los fondos culturales y todo la parafernalia y aquella magia terminó diluyéndose hasta que, de repente, las fotos que nos hacíamos con los famosos por la calle se trasladaron a una alfombra roja repleta de representantes, delegados y concejales.

Permitimos que el Festival fuera algo menos nuestro para ser más de otros, y eso, queridos niños, pasa factura, porque ya nadie dice “EL FESTIVAL” con la boca grande, y así, qué quieren que les diga, al futuro se le ve menos futuro. A lo mejor este 50 aniversario que tan buenos recuerdos está trayéndonos es un buen punto de reinicio. El momento de traernos de vuelta a nuestro Festival.

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