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Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Miras estrechas
En una clase tras explicar a Juan Ramón Jiménez me preguntó un alumno por qué el hospital tenía su nombre. Le dije que por la importancia de un escritor que llegó desde aquí a los límites del universo literario, porque supo decir y cómo decirlo. Pues la literatura es importante, nos conecta a las personas: imágenes, ideas, emociones, que pasan como vasos comunicantes de quien escribe a quienes la leen (en colectivo). Y eso es complejo. Lo mío es también de alguien; no estamos solos. Algo a lo que aún no alcanza ninguna IA. Por eso es sorprendente que este miércoles pasado hasta tres escritores onubenses presentaran sus obras. La humanidad no está perdida. En Sevilla, el 19 a las 19 en punto Mario Marín presentaba su novela “Jesuclisto”, igual que Rocío Bueno estrenaba su poemario “Se traspasa” a las 19 y media. Y en Huelva, el 19 a las 19 en punto, en Saltés, Manuel Arana desplegaba su libro “Fideos con almejas”.
Me voy a centrar en este último libro por aquello de que estuve en el acto. “Fideos con almejas” no es un libro de recetas, sino un libro de poesía, aunque en él se cocina la receta del amor, de la familia, de la pérdida de una madre, de los recuerdos que queremos atar fuerte y de los que queremos olvidar, del pasado en presente, la receta de cómo mirar al futuro, la receta de lo que nos une. Su título no engaña, aparece reiteradamente la gastronomía. La gastronomía como embajada, como señaló Enrique Zumalabe, como lugar en el que estar en casa, aunque se esté fuera. Recetas y sabores que son hogar: albóndigas en tomate, callos, arroz con carrilleras y boletos, los propios fideos con almejas o las gaditanas tagarninas esparragás. Pues se parte del laberinto de aprender a cocinar desde el error, con una madre como guía: “y me deja equivocarme”. También aparece la gramática del escarnio, el debate sobre cómo las palabras significan según se coloquen, pero que nada importan si no se pueden compartir como antes. O el dolor de acompañar una enfermedad degenerativa; “Tú grita o susurra, que yo/ lo iré guardando.”, raspa en el poema Lija. Un libro que comparte, que no duele, acompaña. Un libro que no hunde, pero te lleva a pasear por el hundimiento. Un libro que nos saca a flote. Como dice el escritor cordobés Pablo García Casado en su prólogo: “No nos salvarán de nada unos fideos con almejas. Pero estos poemas, llenos de amor del bueno, del que pone la mesa cada día, podrán quizá reconciliarnos con la vida”.
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