Brindis al sol
Alberto González Troyano
Retorno de Páramo
El Malacate
Huelva/Afinales del siglo XIX y principios del XX se decía abiertamente que el principal centro de la minería mundial estaba en Huelva. Los grandes focos eran las minas de Riotinto y de Tharsis, y juntas concentraban casi la totalidad de la extracción de piritas en el mundo, para obtener cobre y los derivados del azufre. Esa descomunal producción minera fue muy relevante en el desarrollo de la Segunda Revolución Industrial y convirtió este rincón del sur de España en un emplazamiento de enorme interés estratégico en Europa, especialmente para el Reino Unido. Importantes inversores británicos supieron ver las riquezas que aquí se escondían bajo tierra y lograron hacerse con los derechos de explotación de aquellas antiguas minas que ya fueron muy aprovechadas en la antigüedad.
Ese es el germen fundamental de la relación que guarda la provincia onubense con Gran Bretaña. Desde más de 150 años atrás fue estrechísima. El francés Deligny se fijó en Tharsis en 1855 y en 1866 llegaron los escoceses de Glasgow que se asociaron y se quedaron con su explotación hasta mediados del XX. En septiembre de 1870 se puso en marcha el primer ferrocarril de la provincia, el de El Buitrón; en febrero de 1871 se abrió el de Tharsis, y en junio de 1873, el de Riotinto, el mismo año que irrumpieron los Matheson y Rothschild. Las máquinas estaban en marcha y la provincia onubense empezaba a convertirse, casi, en una colonia más de las islas británicas, un territorio bajo su control en la Península. Una suerte de Gibraltar.
Hasta la poderosa reina Victoria estuvo en una ocasión a punto de venir a Huelva. En su honor se había erigido el barrio de su mismo nombre en la capital, y se construyeron dos vagones de tren expresamente para llevar a la soberana a las minas, con todo tipo de lujos y un acabado fabuloso, que se conservan en Riotinto y en Tharsis.
Huelva siguió siendo clave para el Reino Unido. El despliegue británico en la provincia onubense se hizo mayor cuantitativa y cualitativamente. Y la huella cotidiana también fue profunda, dejando arquitectura, usos sociales y nuevas modas, como el deporte, con la introducción del fútbol, el tenis o el golf, que hicieron de Huelva pionera en España de avances también ligados a la medicina o la vida doméstica.
De aquella época –con fecha de caducidad en los años 50, cuando finalizaron las concesiones británicas en las minas– queda mucho en Huelva. También apellidos anglosajones integrados entre nosotros, o expresiones lingüísticas con origen en aquellos años del esplendor británico local.
De esa huella que está muy presente viene el anhelo de reconocer ese vínculo en Huelva, reivindicarlo con naturalidad, como parte de nuestra identidad contemporánea, y contarlo para que se conozca cuánto ha dado y el protagonismo que ha tenido. Con todas sus luces y todas sus sombras.
La primera edición de la Feria del Legado Británico, celebrada hace una semana, es un primer paso en la misma dirección que otras iniciativas previstas a otro nivel, como la reforma de la Casa Colón que empezará en los próximos meses. Será la mayor actuación a la que se someta desde su rehabilitación, hace más de treinta años, para reivindicar y fortalecer todo ese patrimonio británico que hay en Huelva, material e inmaterial, histórico y sentimental, que no debe perderse.
Es una oportunidad importantísima que debe tener entidad suficiente, dejando la Casa Colón en exclusiva para ese cometido, dedicada únicamente a destacar el legado dejado por los británicos en la provincia, con vocación sociocultural y turística.
Huelva necesita de espacios especializados y específicos. Es el único modo de conseguir una oferta de calidad, en un nivel superior. El eclecticismo en los grandes espacios de Huelva debe acabar. Hay que aspirar a ofrecer productos culturales y turísticos completos que saquen todo el partido al patrimonio y valores identitarios que tenemos. Como también, en mayor medida, con Tartesos o el Descubrimiento de América.
Por eso la Casa Colón debe dedicarse en exclusiva a ensalzar el vínculo británico de la provincia, si es que de verdad queremos potenciar ese rico pasado reciente.
Hay buenas intenciones. Éste es el comienzo de un proyecto municipal que apunta alto pero que debe ir mucho más allá, sin límites. Nunca hay que renunciar a ser mucho más ambiciosos.
La reforma a emprender en todo el conjunto debe venir acompañada, aun en el medio plazo, por una salida de todas las entidades y actividades que nada tengan que ver con lo británico, como el Festival de Cine, la Concejalía de Cultura y exposiciones plásticas que merecen tener nuevos espacios propios de calidad en la ciudad.
El antiguo Hotel Colón tiene todo para ser la gran embajada del legado inglés en la provincia. Hay espacio suficiente, e incluso necesitaría más. Hay tres pabellones que pueden dedicarse a diferentes parcelas de esa huella inglesa, como las explotaciones mineras e industriales, el ferrocarril, el deporte, el Recreativo, la arquitectura, las costumbres sociales, las luchas laborales y ambientales, la extraordinaria historia de William Martin en la Segunda Guerra Mundial... Y plantearse dentro de unos años, en una fase de ejecución más tardía, un acto de justicia en la propia Casa Colón derribando quizá el auditorio y Palacio de Congresos levantados en 1992 para devolver al conjunto el Pabellón Norte que aportaba espectacularidad y valor arquitectónico a este gran emblema de la ciudad cuando se construyó.
Así se dispondría de un espacio de primer nivel en el que centrar el acceso a todo el legado británico existente en la provincia, facilitando visitas, reservas y traslados a la provincia, como de hecho se trabaja ahora en esa línea. De la capital a toda la provincia.
Pero hay que ser muy ambiciosos. No hay otra. Hay que insistir: mirar alto y proponerse llegar. Y en esto, ir de la mano de la Embajada del Reino Unido, cuyo titular se mostró muy interesado hace dos años por este rico pasado común en Huelva. Y propiciar un puente sociocultural, quizá establecer colaboraciones con instituciones que permitan acciones y sedes culturales (no todo acaba en el Whitney de Nueva York), y abrir un puente que permita a los británicos y el resto de españoles conocer una parte de nuestra historia tan ignorada ahora.
Algo así sería ambicioso de verdad, con ayuda privada, mecenazgos de uno y otro país o aportaciones de fondos públicos europeos.
Huelva no debe tener complejos. Es fundamental para crecer. Como también un nuevo Museo Arqueológico no debe suponer la renuncia al mayor centro dedicado a Tartesos en el mundo, reivindicando esa otra capitalidad que otros nos quieren ahora arrebatar. No podemos poner frenos a nuestras aspiraciones y pensar siempre en grande, sin medias tintas. Es la clave. Y lo merecemos.
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