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El nombre es un horror, como todos los anglicismos con que nos dejamos globalizar, pero la propuesta no es mala: eliges un concierto, te sacas unas buenas entradas y utilizas la gira de tu grupo de cabecera como hoja de ruta para viajar. Ya hay encuestas que lo tienen cuantificado: un 48% de los jóvenes de la Generación Z planifican sus escapadas así. Se informan en TikTok, se organizan vía whatsapp y pagan los precios que vaya fijando el lobby de los directos (léase Ticketmáster) con meses de antelación.
Es el gig-tripping; algo así como tropezar con un concierto. Con una filosofía imbatible: cambio de aires, música en vivo, buena compañía y un lugar que merece la pena descubrir. ¿No hay siempre una banda sonora que hace de segunda piel? Es lo que conforma la segunda parte del axioma, más mercantilista pero también infalible: hacer negocio con el gancho de los sentimientos.
No hay web que no lo incluya entre las novedades de típico qué hacer este verano. Reportajes replicantes insistiendo en el mismo esquema: el boom de los festivales y los macroconciertos, la cultura de la experiencia y el valor de la autenticidad de los destinos. Todo muy cool; todo el mundo escribiendo lo mismo; todo el mundo leyendo lo mismo y, lo más trágico-cómico de todo, nada nuevo bajo el sol. Aparte del nombre, claro. Y de los precios. Entre abusivos y estratosféricos.
¿Pagaría 13.000 euros por ver a Taylor Swift? En Italia lo acaban de hacer en el estadio San Siro de Milán. Ha sido en la reventa, sí, pero la opción legal, la de los “precios dinámicos” con que los gigantes de la venta online dicen “proteger a los fans”, puede tener un efecto similar. Ya ocurrió hace unos años con Bruce Springsteen, hasta 6.000 euros para conseguir las entradas más cotizadas, diez veces más del precio de salida. ¿Detrás de este “dinamismo” en los precios? El capitalismo salvaje, el efecto de la oferta y la demanda, porque así lo dice el algoritmo que marca las tarifas en las aerolíneas, los hoteles, Uber o Cabify calculando qué precio hay alguien dispuesto a pagar.
Ahora que ya no tengo que criticar a Biden, en algunas memorias nos contará si bajó Dios a pedirle su renuncia, rescataré unas declaraciones suyas realmente lúcidas: hablaba de “estafa” y abogaba por “intervenir” ante el mayor conglomerado de poder de la música en directo. Podemos llamarlo gig-tripping pero de “nuevo” solo tiene el nombre... y el precio. Digamos algoritmos, digamos mercado.
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