Gorda

Cambio de sentido

21 de enero 2025 - 03:06

Fui dejando pasar –porque, por desgracia, habrá más ocasiones que botellines– lo de ponerles aquí unas letras para decirles que llamar gorda a una mujer tiene más de machismo incontenido que de gordofobia. Me refiero, claro, a los calificativos (cerda, rolliza, la tía gorda esa…) con los que en las semanas pasadas adornaron a la presentadora conocida como Lalachus, no ya criaturos con las neuronas justas para echar el día, sino señores en teoría dotados de entendederas y sensibilidad. Lo hago ahora, por lo que agradecí leer el pasado miércoles en este su diario la estupenda crónica levantisca de Juan M. Marqués Perales, intitulada “Política, mujer y andaluza, puf”. En ella, el autor señala que es a las políticas andaluzas, desde Montero a Villalobos, y no tanto a los políticos, desde Felipe González a Juanma Moreno, a las que se tilda de bajunas y chabacanas por el hecho de expresarse en andaluz. Ni una sola se ha librado del desprecio, por qué será.

Resulta llamativo, por no decir conmovedor, mirar las fotos de esos próceres que no pueden evitar destacar que la presentadora en cuestión está gorda, como si la calidad (poca o mucha) de su presentación se midiera al peso. Sin embargo, a nadie llama la atención ni se mete con ellos porque sean objetivamente feos, o de piel gorda, o esmirriados, o con una cabeza como para volverse locos siete veces. Qué nos importa, si no los queremos para ponerlos encima de una cómoda. A ellos los valoramos y criticamos estrictamente por su trabajo. Somos nosotras las juzgadas incluso en nuestros oficios, sin pausa ni piedad, por nuestra cara, ropa, edad y cuerpo; las que tenemos que dar siempre la cara y la talla. Ni las hermosas se salvan, precisamente por serlo. Si sor Juana Inés levantara la cabeza, se pondría púa de hacer redondillas. (Ítem, por supuesto que hay mujeres que pecan de lo mismo que “los hombres necios que acusáis”; la ideología machista, tan asentada y normalizada, no es cuestión tanto de sexo como de seso).

Y vamos ya con ese silogismo –en grado de tentativa– que tanto nos gusta: “Si la presentadora me ofende como no me había ofendido jamás Madonna, Nazario o el Pasolini de La Ricotta, ¿no voy a poder decir que está gorda? ¡Libertad de expresión!”. Claro que sí, nadie le ha dicho que no se retrate: ella está gorda y usted, lo sepa o no, probablemente sea una mijita machista. (Obsérvese la diferencia entre ser y estar). Lo primero quizá le incumba a ella; lo segundo, por desgracia, nos afecta a todas.

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