Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
EN menos de una semana se han registrado dos catástrofes naturales que han vuelto la mirada del mundo entero al norte de África. El terremoto de Marruecos y las inundaciones en Libia han provocado miles de muertos, dejando en cada país una ola de destrucción y desesperanza con extraordinarias cifras de desaparecidos y heridos, además de pérdidas económicas incalculables en poblaciones rurales y de escasos recursos.
Esta vez se ha vivido aquí con más intensidad. Porque a la magnitud de un desastre que ha conmovido a todos se une la cercanía, especialmente para la vecina Marruecos, de la que proceden la mayoría de los residentes extranjeros que hay en la provincia de Huelva. Más que eso, incluso, el horror de sentir el seísmo de 6,8 grados aquí mismo, a casi 1.000 kilómetros de distancia, llevó a muchos onubenses a no pegar ojo la madrugada del 8 de septiembre, después de comprobar cómo se movían camas, sillones y lámparas en casa. Esa oportunidad de vivir levemente lo que con mucha más intensidad padecieron al sur de Marrakech ha permitido acentuar la empatía con los damnificados, además de llevarnos a pensar que ni aquí podemos librarnos de sufrir las consecuencias de que la tierra tiemble o que cualquier otra catástrofe natural de la cara.
Algo sucede con el clima en el planeta y cada año sentimos señales que nos avisan. No es catastrofismo. Tampoco es nada nuevo. Aunque ya se está poniendo remedio en muchos aspectos, aun sin la generalidad y contundencia deseada, hay efectos que están en marcha y lo comprobamos cada año en temperaturas anómalas, sequías prolongadas o temporales atípicos, muchos de ellos impredecibles o extraordinarios, en comparación con los patrones de los últimos años.
Poco se puede hacer por evitar lo inevitable, más allá de intensificar los planes en marcha para que se minimice lo antes posible la huella humana más dañina. Pero sí se puede trabajar aún mucho para amortiguar la devastación que sufren pueblos enteros, como se está viendo ahora en Marruecos y en Libia, y para pesar también de nuestros bomberos, que no han podido rescatar supervivientes en las misiones que les han llevado hasta allí esta última semana.
La ciudad de Huelva tuvo la valentía de dar un paso importante hace más de un año, cuando se empezó a trabajar en un plan de emergencia para actuar en caso de tsunami, en el que han participado, además de reputados geólogos de la Universidad de Huelva, muchos de esos voluntarios que se han desplazado estos días a la zona cero del desastre marroquí y a tantos otros del mismo tipo por todo el mundo hace años. Son ellos los primeros que insisten en la necesidad de trabajar en la prevención para aminorar los daños, si algún día se produce una catástrofe. Los tsunamis son una amenaza real, por la abundancia de temblores en el Atlántico, tanto en el golfo de Cádiz como al suroeste del cabo San Vicente. Pero también son una amenaza los terremotos, sólo más cercanos al que se produjo la semana pasada para que la intensidad y los daños sean mayores. Y una crecida de ríos descontrolada, del frente marítimo en la costa, tan extensa y variada la onubense. Cualquier otra catástrofe natural puede llegar, aunque ahora se vea lejana con las imágenes de los telediarios. A menos de mil kilómetros en estos dos casos.
Hay que reclamar para la población información y formación, como ha avanzado ya el plan de tsunamis de la capital. Que todos sepamos cómo actuar si llegara alguna vez la ocasión; que sepamos cómo salvar a nuestros hijos, y que estos tengan interiorizado cómo ponerse a salvo sin que ello sea visto con miedo, sino con naturalidad. Y la diferencia se aprecia con educación y formación.
Ya se han dado algunos pasos pero urge un plan de actuación para todos los municipios de la costa, en los que la población pueda librarse también del impacto de un tsumani y de cualquier otra catástrofe. Como es vital que el plan en marcha en Huelva siga adelante y alcance todos los hitos marcados previamente, con nuevos simulacros, más campañas de información y nuevas instrucciones básicas, por ejemplo, para también saber hacer frente a un temblor como el que tantos onubenses sintieron el viernes pasado en su propia casa.
Hace unas semanas fue notorio el suceso en Madrid de una familia que siguió su viaje en coche ante la crecida de un río, y en el que los testigos acabaron devastados por el final previsible que aventuraron entonces y contra el que nada pudieron hacer. Eso hace evidente la necesidad de invertir en prevención, en facilitar una información clara previa, en formar a toda la población y así sepamos cómo actuar en las diferentes situaciones en las que la fuerza de la naturaleza nos ponga a prueba. O por qué no hay que menospreciar (ni criticar) una alerta que nos llegue al móvil o una advertencia realizada por los especialistas en salvamento en cualquiera de los planes de seguridad que se diseñen. La vida nos va en ello y es nuestro derecho y obligación exigir que se vele por ella.
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