Hackman y los cines que perdimos

La ciudad y los días

28 de febrero 2025 - 03:08

Dijo David Lynch un año antes de morir, en una entrevista a Cahiers du Cinema: “Los largometrajes están en un mal lugar, las series han ocupado su lugar… Antes podías sentarte [en una sala de cine] y tener la experiencia de entrar en un mundo completamente nuevo. Ahora eso ha pasado a los malditos libros de historia. Es angustioso. Siempre digo: la gente cree que ha visto una película, pero si la vio en un teléfono, entonces no vio nada. Es triste. Decir adiós a las salas de cine es la parte más difícil. Se acabó el arte y la experimentación. Dueños de cines… sigan por amor al cine. Todavía hay héroes que luchan por ello”. Es un consuelo para quienes pensamos y sentimos lo mismo, pero, privados de la autoridad de Lynch, somos abucheados y acusados de nostálgicos cuando lo decimos.

Lo pensaba mientras, escribiendo la necrológica de Gene Hackman, me preguntaba cuando lo descubrimos. Sé exactamente no solo cuando lo fui descubriendo, también donde. Bonnie y Clyde, mi primer recuerdo de él, en el cine Florida. Los temerarios del aire, su consagración popular con French Connection y Espantapájaros en el Cervantes, único superviviente hoy de los muchos y espléndidos cines que tuvo Sevilla (las dos primeras las volví a ver en reestreno en el Cine Delicias). La conversación, en una de esas noches en las que se salía del cine flotando tras haber asistido con asombro y conmoción a una revelación, sonándonos por dentro la obsesiva frase pianística de David Shire, que era su única música junto al free jazz que Hackman interpretaba en la soledad de su apartamento, en el Emperador, magnífico cine de reestreno después convertido en sala de estreno. Las demás, en multicines, primero, y multisalas, después. Lo que hace difícil, si no imposible, recordar en cual vi sus siguientes películas. Tengo un vago recuerdo de Al caer el sol en una sala del Nervión Plaza o Sin perdón en una de Los Arcos. Quizás. Es un recuerdo tan impreciso como precisos son los de sus películas que vi en el Florida, el Cervantes, el Delicias y el Emperador. Y qué decir de los dispositivos domésticos o portátiles. La desaparición de las salas de cine independientes, cada una dotada de su propia personalidad en arquitectura, decoración y ubicación, ha desanclado los recuerdos de las películas dejando que las arrastren las mareas del olvido. Esto no es solo nostalgia. Es la constatación de un hecho.

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