El heredero genético

Cambio de sentido

28 de enero 2025 - 03:06

En casa nos fascina contemplar al chico de la familia (mi sobri Agustinillo), que por alguna triquiñuela genética ha salido clavadito a la estirpe de su abuelo, es decir, de mi padre. La coincidencia de rasgos, andares y morisquetas nos emociona y resulta pasmosa, pues en el nene reconocemos a nuestras maiorum imagines y dioses lares: la mirada del tío abuelo que se exilió a Francia, el gesto de las manos de la bisabuela, el pelo dorado y la belleza insolente del más querido entre nosotros, que perdió la vida en la carretera a los 23 años. Conforme crece, aumenta el parecido. Hemos de tener cuidado –en esto estamos muy atentos– de no proyectar el pasado sobre el chico, sino limitarnos a sonreírnos por lo bajo y a agradecer a la vida semejante viva estampa.

He escuchado por la radio que nuestro estilo de vida ya nos está afectando genéticamente y que perjudicará a las generaciones venideras. Los rubios se están perdiendo –y es una pena; las señoras, o al menos la arriba firmante, también los preferimos rubios– y habrá cada vez más calvos. Ítem, a nuestra prole le legaremos, además de cuatro pelos, dioptrías y tendencia a la obesidad. En que vayamos a dejar tan penosa heredad incide el estrés, la ingesta excesiva de carne y ultraprocesados, el pantallismo y los disruptores endocrinos que se encuentran en los cosméticos, detergentes y cremas que nos echamos. Todo esto –leo la explicación de diversos científicos– modifica nuestra genética. Hasta el estatus social –me lo maliciaba, y un estudio de 2023 sobre el rol de los genes como predictores de éxito profesional lo confirma– se hereda. Algún día, hijo mío, todo esto que vivo, trago y respiro lo sufrirás tú.

Insistía Giovanni Sartori en que el paso del homo sapiens sapiens al homo videns –y a la consecutiva poshumanidad que ya se está perfilando– no era un simple cambio social sino un giro de orden antropológico no precisamente bueno. Para mí que los triunfantes transhumanistas que buscan al superhombre en el cíborg y las inteligencias artificiales no se enteran ni de lo que es un ser humano ni de que vamos a velocidad de vértigo como San Patrás. Para colmo –ahora lo sabemos– este mancillado mundo se nos mete hasta en las últimas habitaciones de la sangre.

Frente a todo ello, sostengo que la nueva generación humana digna de llamarse como tal transita por otros derroteros más antiguos, profundos y misericordiosos. Por eso, en casa solo aspiramos a que el chiquitín herede el corazón generoso de los suyos.

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