La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Enhebrando
Esta historia ya me la sé. La he vivido. Un equipo de fútbol ganando una gran competición y todos portando sus colores y unificados momentáneamente tras una bandera. Y está genial. Frente a una pantalla toda realidad insustancial se diluye. El pueblo es mucho más sabio que los que juegan a la política y no hace ascos a una bandera, ni pregunta la afiliación de quien la porta. Suena igual el claxon de un votante de tal o cuál partido. Una camiseta roja le sienta bien a cualquier sensibilidad. El abrazo no está bajo sospecha. La euforia no está bajo sospecha. Qué sencillo a veces.
Esta historia me la sé. En nada, en cuanto se disipe esta alegría futbolística, saldrán analistas de tertulia a decir que pan y circo, y que el precio de la hipoteca, que el de la luz, que de los alimentos, que el de... Y tendrán razón pero sin tenerla. Porque cada cual que festeje como quiera. Que no creen relaciones antagonistas donde no las hay. El fútbol no es lo contrario, el enemigo, el adversario, de la vida real. Nadie espera que una victoria en una final de una Eurocopa modifique los dígitos de la cuenta bancaria o del estante del supermercado. Pero en casa he pasado noventa minutos bellísimos, chocando la mano con mi hija, agarrando del brazo los nervios de mi hijo, gritando a quemarropa los goles y los uys. También hemos disfrutado escuchando las mismas reacciones en los vecinos y en las gentes congregadas en los bares. El fútbol, como conductor de humores, no es lo contrario de nada. Es más bien argamasa, un canalizador de emociones que me une con mis hijos como me une con la llamada previa de mi padre, que nos une con los bloques colindantes. Y en paz para quien no lo comparta.
Esta historia me la sé. Porque en el foco han estado dos jóvenes a los que les han trazado el árbol genealógico, la ruta de viaje, y su ADN. Y yo, que soy poco de trazar líneas y fronteras, que por haberme criado en Escultora Miss Whitney pero en la zona más pegada al Punto, los del Matadero me decían que de allí no era, que era del Centro, y a la inversa, siempre he pasado de esas definiciones taxativas. Pasando de perogrullos, me quedo con dos chavales, joviales y sanotes, que nos han regalado alegría (instantánea, efímera, volátil, pero alegría). Con el precio que tiene el kilo de alegría en el mercado, no es poca cosa. El resto es la vida y cruzar los dedos para que sigamos sonriendo.
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