La firma
Antonio Fernández Jurado
¿Derribando su muro?
Hace unos días me veía rodeado de adolescentes a los que les explicaba el ámbito literario del siglo XVIII español, ese siglo de las luces, ese neoclasicismo. El orden, la razón, el didactismo como modo de organización de la expresión artística. Cómo se propagaron las tertulias en los cafés. Cómo se pusieron en marcha academias, la RAE entre ellas, y museos o jardines botánicos. Un legado que en aquel momento no se valoró lo suficiente.
Con ese afán de hacer nuevo lo clásico se propagaron cuentos que guardaban una enseña y cuyos personajes eran animales, las fábulas, en los versos de Tomás de Iriarte y Félix María de Samaniego. Se promovió en la prosa el género del ensayo, una suerte de análisis de un tema, no de hablar por hablar, ahí estaban Feijoo, pero no hay que confundirlo con el político, fray Benito Jerónimo, y ese autor con nombre de dos Reyes Magos: Gaspar Melchor de Jovellanos. Éste sí era político, y con esmero conjuró un libro extraño para aquellas gentes de azadón y de yunque, la “Memoria sobre la educación pública”, pero que daría decenios más tarde con la formación universal.
La narrativa de “Cartas marruecas”, de José Cadalso, esa visión del otro donde se cruzaban misivas Gazel, Ben-Beley y Nuño. La sorpresa ante lo cotidiano, lo común como extraño; como una ciudad sin casas frente las orillas de su ría, como una localidad de calles de arena y caballistas recorriéndola.
Y la culminación en el teatro con Leandro Fernández de Moratín, Moratín hijo, que puso sobre las tablas la obra “El sí de las niñas”, retratando la controversia de los matrimonios concertados, una tradición frente a la razón, la dote frente al amor, la diferencia de edad, la niña-joven como mercancía. Los espectadores acaban discutiendo, unos a favor, otros en contra. En eso consiste el conocimiento, en remover, en un esfuerzo en el cambio
Los ilustrados fueron gentes fuera de su tiempo, apostando por el futuro, en ocasiones cien o doscientos años más allá. Qué raro suena. Hoy el cortoplacismo. Honor para quienes promovieron algo en lo que creían, el saber, aún a costa del vilipendio, del rédito propio. Las bibliotecas de esta ciudad, las exposiciones de esta provincia, el Celestino Mutis, los teatros con sus bancadas, le deben mucho a ese período algo secundario. Y es que el Barroco es mucho Barroco, como vemos en fachadas de iglesias, en los retablos, o en las procesiones. Pocos edificios nos recuerdan el neoclasicismo, acaso el Gran Teatro y el Banco de España. No fue fácil promulgar la razón como puerta a la libertad. Pero a largo plazo…
También te puede interesar
La firma
Antonio Fernández Jurado
¿Derribando su muro?
La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Papas con choco
Medallistas de categoría
Por montera
Mariló Montero
Mi buena vecina
Lo último
Super Micro Computers
Visto y Oído
Broncano
Roberto Scholtes
Pequeñas y medianas compañías para 2025
el poliedro
Tacho Rufino
Alas al pedal