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Brindis al sol
Alberto González Troyano
Otra cara de España
Quousque tandem
Lo que más desazón me produjo al acabar de ver La infiltrada –un emocionado y atronador silencio se había apoderado de todos los espectadores de la sala– fue leer, en las notas finales, que uno de los terroristas cuya historia nos narra, se dedica ahora a ilustrar libros infantiles y que el otro, un asesino brutal y sanguinario, saldría pronto de prisión. Tan pronto que he leído que ya disfruta del tercer grado penitenciario. Sinceramente, preferiría no saber a qué historias pone imágenes el primero, ni a qué va a dedicarse el segundo. Aunque ahora, sus herederos, que a veces son ellos mismos, sean catalogados de progresistas y socios leales por el gobierno del señor Sánchez al que auparon sin pudor a La Moncloa.
La escena del vil asesinato de Gregorio Ordóñez –cobarde y por la espalda, como todos los de ETA– nos trajo a muchos a la memoria el continuo retumbar del telediario informándonos, durante años, como en una letanía, de los crímenes perpetrados por ETA. Vidas truncadas que no pueden dejarse caer en el olvido, nombres que no deben resultar extraños a las nuevas generaciones ni parecer una monótona salmodia cuando se recuerdan. Cada uno de ellos evocará entre quienes atesoran su recuerdo; emociones, risas y sonrisas, anécdotas y momentos felices, antes de provocar el llanto contenido al revivir el cruel y doloroso instante de su muerte a manos de aquella banda de desalmados que hoy, algunos, aún quieren seguir presentando como héroes. La infiltrada nos devuelve la historia de sus vidas, sus desvelos y su valiente entrega. No podemos permitirnos el lujo, sea cual sea el momento político y los intereses del poder de turno, de olvidar a quienes sacrificaron su vida por la libertad de todos. Y a quien, como la protagonista de esta excepcional película lo dejaron todo por el bien de todos en una muestra de infinita generosidad.
La memoria es, junto al entendimiento y la voluntad, una de las tres potencias del alma. Y como escribía San Agustín, lo que daña al entendimiento son la ignorancia, el error y la mentira. Las dos primeras son fácilmente replicables. La tercera, en cambio, cuando se convierte en el discurso de los poderosos nos hunde en la inmoralidad y el escarnio. Y como bien señaló doña María Luisa Gutiérrez, productora de La infiltrada, en un discurso encomiable y certero tras recoger el merecidísimo Goya a la Mejor Película, los años recientes, son también memoria histórica. No lo olvidemos nunca. Porque esas heridas aún duelen y supuran.
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