Confabulario
Manuel Gregorio González
A lienación planetaria
Son malos tiempos para la inocencia. Vivimos tan atiborrados de ideas, creencias, mensajes, consignas y frentes, que creemos que lo sabemos todo, o, peor aún, creemos que estamos en posesión de la verdad y que lo nuestro debe prevalecer sobre otras ideas y pensamientos. Y los niños no se escapan de esta batalla cultural que estamos librando. El libro en blanco de la infancia permite inventarse historias inverosímiles sobre acontecimientos cotidianos y la noche de Reyes es la más propicia de todas, con sus camellos que suben a los pisos por los balcones y devoran zanahorias, con el sonido de los ropajes y capas de los Sabios de Oriente recorriendo pasillos, con el sueño que inexorablemente les puede, para despertar con un salón lleno de regalos. Parece que es de los pocos espacios que aún les permitimos a los niños de imaginar que lo fantástico ocurre en su casa y no en Disneyland París.
Nos creemos muy listos y resabiados porque lo que prevalece hoy no es el debate de las ideas, sino los “zascas” y la ironía, tumbar al adversario, o simple interlocutor, con ocurrencias cortas y, en no pocas ocasiones, hirientes. A corto plazo puede llegar a mostrar agilidad mental e inteligencia por quien es capaz de semejantes ocurrencias, pero, a largo plazo, es fácil traspasar la fina línea entre la ironía, el sarcasmo, y, lo que es peor, el cinismo. Y ahí los niños tampoco son ajenos. Gran parte de las series y dibujos animados han perdido el relato clásico de buenos y malos tontorrones, como el correcaminos y el coyote, y se deslizan por mensajes mucho más complejos, inundados de segundas intenciones, a un ritmo vertiginoso.
Al menos por esta noche, dejemos a los niños ser niños. Hoy no hace falta que sean chefs de restaurantes con estrella, o potenciales artistas y cantantes que triunfan en teatros o en televisión. Por hoy, dejemos que no les caiga el peso de la responsabilidad de ser el nuevo Messi, ni virtuosos del violín o políglotas. Permitamos que vivan estas horas lentas y extrañas, y que simplemente se dejen llevar, sin más obligación que irse a la cama pronto y poner un zapato bajo el árbol, entendiendo, eso sí, y así se lo debemos explicar los adultos, que los Reyes deben repartir regalos a todos los niños, y que eso implica renunciar a tener algo menos y compartir mucho más, con la certeza de que ningún niño se quedará sin juguete, por muy pobre que sea su casa.
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