El balcón
Ignacio Martínez
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Bienvenidos a todos, os recuerdo que este es un lugar seguro. ¿Quién quiere empezar hoy? - Empiezo yo. Hola, me llamo Mª Carmen y soy propietaria de un piso en la playa. - ¡Hola Mª Carmen! - Hola. Estoy aquí porque llevo muchos años recibiendo visitas en verano. No sé qué entiende la gente por “vacaciones”. Para ti sí, pero ¿Y para mí? Tengo mucha rabia contenida, ya no puedo más. No consigo mantener las formas y no me fío de mí misma. Le dije a mi hija y a mi yerno que se fueran ya que iban a coger caravana, ¡tres días antes! Se han llevado dos semanas en mi casa y no veía la hora de que se fueran, ¡mi propia hija! - Tranquila Mª Carmen, tómate el tiempo que quieras
- Lo de tener un piso en la playa es como un caramelito envenenado: ahora quiere venir mi cuñada con el marido y la hija. Y digo yo, ¿qué he hecho para merecer esto? ¿Hay algún cartel con estrellas en la puerta? ¿Hay buffet libre de siete a diez? No me apetece ver en calzoncillos en mitad de la noche a un señor que me cae mal y que no veo en todo el año, en el pasillo, después de miccionar en mi váter. La gente tiene mucha cara dura, da por sentado que tenemos que recibirlos con los brazos abiertos. ¡Pues no me da la gana! Voy a tener que tirar de edad, para justificar que chocheo y que no puedo romper mis rutinas. Eso o mando a todos a freír espárragos: voy a contar que por la noche me despierto sonámbula y me da por estrangular a los que están durmiendo. Ya se lo hice una vez a mi marido, seguro que me creen.
Que sí, que la familia es lo mejor que se tiene en la vida, que te llenan el corazón y te cuidan cuando eres mayor… ¡Papanatas! Lo que hacen es estorbar, desordenar y llenarte el suelo de migas. El otro día me vienen con tres doradas que habían pescado. ¿Las vais a limpiar vosotros? ¿Las vais a cocinar?
Quiero comer tranquila, con mi querido esposo, sin estar pendiente de nadie. ¿Es mucho pedir? Nos hacemos cualquier cosa y de postre un heladito.
Yo por lo menos no tengo que hacer de canguro como mi vecina, que tiene a cuatro niños en casa y es ella la que los cuida toda la mañana. Encima tiene que hacer la comida para todos, encargarse de la casa y siempre tiene buena cara, no me lo explico. Menos mal que vive en un primero, porque si no ya se habría tirado por el balcón. Cuando la veo me reconforta pensar que se puede estar peor, que no debo quejarme tanto. Sé que bajo esa sonrisa de ascensor se esconde una llamada de auxilio pero no sé cómo ayudarla. Nadie le ha preguntado si quiere pasarse el verano cuidando de los demás, lo dan por hecho.
Después me vengo abajo, cuando estamos todos en el salón y veo a mis nietos lo altos que están… No tengo que subirme a la escalera para coger la olla exprés y me acompañan a la playa si quiero darme un baño. Los echaré de menos.
Gracias a todos por escucharme, me he desahogado y estoy más tranquila.
- Gracias M.ª Carmen, has sido muy valiente. ¿Quién quiere seguir? - Yo mismo. Me llamo Grabriel, y tengo un barco.
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