La ciudad y los días
Carlos Colón
María Celeste
rocío 2014 3 Tribuna rociera
ESTUVO muchos años en el lado de la Epístola de la antigua y recoleta ermita del Rocío. En realidad, más de 50 años al pie mismo de la Reina de las Marismas, junto al presbiterio, en aquel relicario sagrado de dimensiones más reducidas. En una artística urna de cristal que acentuaba su significado y su valor testifical. Convertida en joyel de la historia de la devoción rociera. La pieza que embelesaba y hacía las delicias de los más pequeños que se acercaban a venerar a la Santísima Virgen, de la mano de sus padres y abuelos. Un divertimento espectacular e inalcanzable, cuando el juguete era un lujo al alcance de muy pocos. Un interrogante seguro, que la aviesa imaginación de los niños, aderezada con la de sus progenitores y abuelos, multiplicaba y recrecía por todos lados. Un sueño con perfiles de aventura.
Nuestra frágil memoria la perdió de sus registros tras el derribo de la antigua ermita. Corría el mes de junio de 1961, cuando tantas cosas desaparecieron tan abruptamente de la circulación, en una empresa desproporcionada, que sobrepasó a sus promotores en tantos aspectos accesorios. Mientras la ejecución del proyecto de obras del nuevo santuario se dilataba en el tiempo; de aquí para allá, fue perdiendo su esplendente silueta, que reproducía a escala, la histórica corbeta Bélgica. Y con ella, su otrora majestuosa traza, con su bauprés, mástiles y arboladuras, ya quebradas, el velamen a tierra y la mayoría de sus miniaturas devastadas. Convertida en una caricatura de lo que fue como si del despojo naval, también a escala de un maremoto, se tratara.
Un deterioro incesante, que dejó casi borrada su memoria, reducida a un vestigio más de la devoción de la familia Montpensier a la Blanca Paloma que la condesa de París, Isabel Francisca de Orleans Borbón, recibió y transmitió a sus hijos y descendientes. Aquella condesa que tanto hizo por propagar y difundir la devoción rociera hasta su muerte a escasas fechas de la Coronación de la Virgen del Rocío, en abril de 1919. La piedra angular de una devoción encarnada con ella en la familia real española.
Hace unos meses hemos podido revertir milagrosa y oportunamente su proceso de destrucción y desmemoria, tras contactar con varios descendientes de los protagonistas de aquella gesta, a través del patricio jerezano, Jaime González Byass; hoy benefactores de su restauración. Con los nietos de aquellos avezados marinos que capitaneados por el barón de Gerlache, surcaron los mares del norte, muy cerca del Ártico a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Cuando la búsqueda de tierras ignotas e inexploradas, en busca de nuevas fuentes naturales de riqueza, movilizó a una parte de la sociedad europea y a jóvenes distinguidos de su aristocracia como el duque de Orleans, Luis Felipe Roberto de Orleans y Orleans, que se embarcaron en un aventurerismo no exento de graves riesgos, incluso para su integridad. Se trata del primer hijo varón de la condesa de París. Aquel que está inmortalizado, junto al pocito del Rocío, en una de las más remotas imágenes gráficas que se conservan de aquel paraje y de aquella primitiva ermita.
Y fue precisamente en una de estas expediciones patrocinadas por el duque al Ártico, en las áridas tierras polares de Groenlandia, en 1905, cuando bautizaron con el nombre de Rocío una isla o islote en honor a la Reina de las Marismas. Un trozo de tierra irrumpido de aquella masa de agua helada que con algún traspiés, más de 100 años después, sigue conservando su denominación original, levemente deformada (Rosío). Y en recuerdo de lo vivido y felizmente superado, obsequiaron a la Santísima Virgen con una réplica a escala, de la corbeta Bélgica, de la que existen otras dos réplicas más en París y Bruselas. Una filigrana del arte del modelismo para preservar el memorial de una nave con un laureado historial.
Esa maqueta, que en estos días recobra todo su esplendor original en manos de profesionales de la Fundación Nao Victoria, es una de las piezas que van a convertir al nuevo Museo-Tesoros del Rocío, en un espacio verdaderamente único. El que abrirá sus puertas en los próximos meses en dependencias acondicionadas para ello del santuario. Un lugar que junto a ella por y para Ella exhibirá otras piezas significativas de contenido, formas y procedencias diversas; todas cargadas de recuerdos, de emociones y de historias; estuchadas, además, para procurar su realce y su mejor conservación. Unidas y ordenadas con sentido y coherencia. En un breve, pero intenso itinerario histórico, artístico y testimonial, que nos explica e interpela, que nos sugiere y transporta. Un espacio finito que cobra su mayor sentido rodeado de todo aquello que le circunda, emergido del mar devocional que concita esta bendita imagen en las marismas de Almonte. Una isla que grita en cada rincón, el nombre de Rocío, y que nos atestigua y evoca la devoción multisecular de tantos y tantos devotos de la Virgen que dejaron su arte, su empeño, o simplemente su testimonio de fe en el mismo lugar desde donde se irradia toda su Gracia.
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