Desde la Ría
José María Segovia
La última hoja
El lanzador de cuchillos
Uno. El artículo segundo de la Constitución Española de 1978 dice literalmente: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”.
DOS. El problema de la nación española durante las últimas décadas se sitúa en la incapacidad de fortalecer una idea de nación por el desconocimiento de la existencia de un concepto democrático de la misma, es decir, no sustentado ni en la raza ni en la lengua ni en ningún otro elemento étnico. La nación española, en ese sentido, juega en desventaja con respecto a las ensoñaciones nacionalistas de determinadas regiones, puesto que está basada en la defensa de principios políticos –la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo–, no en la creencia en la pertenencia a un grupo privilegiado y diferenciado que, por el hecho de serlo, se haría acreedor de unos derechos especiales.
TRES. La utilización del concepto de Estado para referirse a España convierte a la nación de todos en algo puramente administrativo, vacío de ciudadanía, es decir, de los valores, lazos y sentimientos que unen a quienes habitan y conviven en esta vieja piel de toro. Para el nacionalismo y la izquierda que le hace los coros, España es artificial y obligatoria, un ente creado para oprimir a las naciones preexistentes. Un conjunto de intereses de poder, una entidad con espíritu imperial y vocación de imposición de sus tentáculos sobre naciones centenarias con personalidades propias.
CUATRO. Voces cualificadas de la izquierda española mantienen –llevan así la intemerata– que los símbolos nacionales resultan agresivos para los nacionalismos periféricos y, por tanto, no es conveniente exhibirlos. Y todo eso se plantea, claro está, mientras a esa misma izquierda vergonzantemente española no parece preocuparle la profusión de homenajes a las banderas autonómicas. La bandera española, símbolo de libertad e igualdad de todos los españoles, incluidos vascos, catalanes y Juanma Moreno, molesta a esa izquierda reaccionaria que nunca creyó demasiado en la libertad y que últimamente se ha echado en brazos de quienes sólo luchan por mantener sus privilegios.
CINCO. Donde los nacionalismos reivindican la singularidad étnica, la superioridad racial, los derechos de las lenguas, la izquierda ve sólo elementos de liberación de los pueblos del Estado. Y siete votos milagrosos, of course.
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