Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Bajo las piedras
El mundo de ayer
Un día podríamos hablar de las dos Andalucías: la centrífuga y la centrípeta; en otras palabras, aquellas provincias donde la capital absorbe y atrae todas las fuerzas y alientos de la tierra, y aquellas otras en que la belleza o la industria o la historia se distribuyen en tres, cuatro, cinco puntos. Agujeros negros y constelaciones.
Jaén, la ciudad natal de mi amigo Antonio Alcalá, profesor de Lengua y Literatura en el IES Punta del Verde, es una provincia centrífuga. La entrada a la capital presenta sus dos grandes señas de identidad, sus dos grandes alegrías: montes bordados de olivos y el Olivo Arena, la casa del Jaén Fútbol Sala, con mucho el más exitoso de los equipos de la ciudad. Hay más: las cuestas, el jamón centenario de El Gorrión, el lagarto de la Malena, la catedral de Vandelvira. Es una ciudad dormida, hecha para ver y callar: el castillo, el paisaje, los días.
De lo que más quiero hablar, como tantos otros, es de Baeza y Úbeda, siglos después de su edad dorada. Son pueblos hechos, como Andalucía entera, para la alegría y para la melancolía. En Baeza nos recibieron, como dos viejas vestidas de gris, la lluvia y la niebla. Los callejones, las soberbias fachadas, eran como fotos de Atget por las que uno podía perderse. Entramos en el aula donde Antonio Machado dio sus clases de francés. Todo allí hablaba de olvido: los muros húmedos, los altos artesonados, los viejos volúmenes de botánica y de geología, el mapa de España, con el nombre del pueblo borrado, y es como si uno pudiera aún escuchar la lluvia monótona, como si la misma niebla bostezara en los pupitres, como si el fantasma de Machado te observara, guarecido en los anaqueles, en la pizarra, en el patio abierto y callado.
Úbeda y su historia y sus nombres se concentran en la Capilla del Salvador del Mundo, el testamento de Francisco de los Cobos, secretario de Carlos V, y su mujer, María de Mendoza, en el que se concentran algunos de los más importantes nombres del Renacimiento español: Siloé y Vandelvira en su traza o en su torcida y milagrosa Puerta de la Sacristía, Berruguete en su retablo, en sus rejas Villalpando, traductor de Serlio, y el francés Jamete en sus tallas. Es una gota que condensa un mundo y una época, una búsqueda y una certeza, un programa iconográfico que conecta a paganos con cristianos y a antiguos con contemporáneos.
Ambas forman una sola alma y un solo pueblo y un tiempo fuera del tiempo que se resumen en un lugar imaginario y más real que lo real: la Mágina imaginada de Muñoz Molina.
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