El balcón
Ignacio Martínez
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Ayer, 20 de noviembre, se cumplió el 88 aniversario del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera y el 49 del fallecimiento de Francisco Franco. Puesto que ninguna de ellas es efeméride redonda ni, por tanto, fecha proclive a la conmemoración, puede ser buen momento para una consideración sobre las relaciones entre estas dos figuras, unidas por el día de su muerte, pero mucho más por la historia.
Durante décadas, y en la medida en que el franquismo era hundido en las tinieblas, sin matiz, hasta hacer de aquel tiempo que tantos aún alcanzamos a vivir, en la primera juventud en mi caso, algo irreconocible, disparatado, muchos admiradores de José Antonio se han esforzado en extremar la distancia política, moral e intelectual de su héroe con el dictador. En principio es fácil mostrar las diferencias entre el joven, atractivo y brillante jurista, de refinados gustos intelectuales y hasta buen poeta ocasional, aristócrata de acusado talante social, modelo de caballero, injustamente ajusticiado, y el militarote poco agraciado y, además, taimado, lerdo y cruel que, nos aseguran, fue Franco. De ahí a señalar las fricciones que se habrían producido entre ellos, a asegurar que el Fundador hubiera sido un oponente del Caudillo (empleemos la terminología de la época) y pintar una España muy distinta en el caso de que José Antonio hubiera sobrevivido a la guerra, no hay más que un paso que muchos dan. Y sin embargo…
Da que pensar que los más próximos parientes y amigos de José Antonio fueran luego fervientes franquistas: su hermana Pilar, Raimundo Fernández-Cuesta –secretario general de Falange antes de la guerra–, Manuel Valdés Larrañaga –primer jefe del SEU–, Rafael Garcerán, su pasante y confidente, entre tantos otros. Manuel Hedilla y sus seguidores, con independencia de que algunos fueran activos falangistas desde el nacimiento del partido, no tenían ni de lejos esa posición junto al Jefe. ¿Cabe suponer un José Antonio radicalmente diferente después de 1939 a lo que fue su círculo más íntimo, las personas de su mayor confianza? ¿Fueron seducidas todas ellas por el fachoso, cruel, taimado y lerdo general al margen de los ideales y convicciones que representaba el amigo, el camarada, el hermano? Me cuesta creerlo. Las diferencias de temperamento, de gustos o estilo de vida entre José Antonio y Franco fueron evidentes. Pero no debiera olvidarse lo mucho que les unía.
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