Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Gafas de cerca
Se llama “juego de suma cero” a aquel en el que las ganancias de un jugador se equilibran con las pérdidas de otro. No siempre todo toma y daca económico es de suma cero, por suerte, porque en general las transacciones suelen generar beneficios recíprocos. Los intereses de las personas y las empresas no son siempre medibles en dinero, y pueden ser compatibles (entre bomberos no nos pisamos las mangueras), comunes (ganar-ganar) y conflictivos (juego de suma cero, ganar-perder). El turismo en los destinos exitosos es un caso híbrido de reparto del pastel: crea riqueza o empobrece, según quién lo mire.
Los ayuntamientos ganan, y los vecinos ganarán o no. Poner vallas al campo de esta industria poliédrica y de difícil medida es el principal reto de las localidades deseadas por su patrimonio cultural, su atractivo hostelero y de ocio y las cuentas de las aerolíneas populares. Doy en años alternos clases en una titulación de Turismo, y como miembro de las comisiones de evaluación de los llamados TFG (Trabajos de Fin de Grado), me es habitual oír que los estudiantes que defienden su proyecto no duden en calificar a este sector como principal motor económico de ciudades como en la que resido. Algo realmente digno de ser puesto en duda.
Entre los ingresos y beneficios sociales de la economía transeúnte se encuentran los de la hostelería, y muchos otros directos e indirectos que les son propios, incluida una oferta de empleo vibrante –pero en general con los pies de barro– y también un continuo flujo de ganancias municipales por obras, IBI y tasas. Por contra, en este juego de suma X, los servicios públicos locales de agua, policía y transporte se disparan en coste, y gravitan hacia el ordeño del turista, y hacia el “evento” que no cesa en aquellas ciudades que han sido tocadas por la gracia del deseo visitante. Ese juego dialéctico entre los propios estables y los ajenos ocasionales es un principal reto de la gestión gubernativa local. No es de recibo en tal cóctel de intereses que nuestras autoridades se abran de brazos y piernas al forastero mientras que el empadronado no puede pagarse una vivienda en propiedad o alquiler; y valga este como ejemplo de los vicios del monocultivo.
Otro ejemplo, a riesgo de ser demagógico: si tú haces de tu catedral una vaca lechera, el culto te lo cargas, y es una grave irresponsabilidad dinamitar la espiritualidad de los espacios sagrados a cambio de un puñado de dólares diarios a golpe de tiquetaje. En esa rentabilidad, y reiteremos que es un ejemplo, subyace una perversión. Un juego de suma fea.
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