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En tránsito
Eduardo Jordá
Toqueteo
Paisaje urbano
Asistimos los ciudadanos a una serie de procedimientos penales que ocupan decenas de páginas de periódico y miles de horas de radio, con la desasosegante percepción de que, primero, seguramente acaben en aguas de borrajas y, segundo, son hechos que nunca hubieran dado trabajo a nuestros sufridos tribunales si sus protagonistas hubieran actuado con la ética debida.
Pienso en la lamentable situación de todo un fiscal del Estado, acechado desde todos los flancos para descubrir la actividad de un teléfono móvil desactivado y usado para revelar datos confidenciales, y que lleva meses arrastrando el buen nombre de una institución que tiene como objetivo la defensa del interés general, nada menos. A día de hoy, ni el más acérrimo de los ministros del Gobierno puede negar esa fiscalización excesiva sobre un particular pareja de una señora muy particular también. Pienso también en Begoña Gómez, investigada por sus oscuros manejos lobistas con empresarios cercanos al poder del todo incompatibles con su condición de esposa del presidente del Gobierno, que han llevado incluso a la imputación (probablemente excesiva) de una secretaria de Moncloa, y llevado al Gobierno y sus medios afines a extender, incluso por escrito, la sospecha de un lawfare. ¿Y dónde me dejan a Luis Rubiales? Su actitud impresentable con la jugadora de fútbol y su recordado beso lo definen como lo que era y parecía, un chulo prepotente con mucho poder, pero el puritanismo posmoderno de la hora ha propiciado un juicio larguísimo con peticiones de cárcel que desbordan el sentido común, con el estrambote de todo un seleccionador campeón de Europa tratado poco menos que como un cómplice del gañán.
Mucho de todo esto nos hubiésemos ahorrado si los enjuiciados con tanta diligencia hubieran hecho un elegante mutis por el foro, y se hubiesen echado a un lado. Esto es, si el fiscal en el minuto uno hubiera presentado su dimisión irrevocable, que es lo que tenía que haber hecho. O si el presidente del Gobierno, tan pronto aparecieron las primeras noticias, hubiese dado las explicaciones que no se atreve a dar, sencillamente porque no las tiene. O si el ex presidente de la Federación de Fútbol, en vez de recrearse en la suerte, hubiera de primeras reconocido su error abandonando inmediatamente el puesto. Nada de esto se ha hecho, y ahora no nos queda otra que encomendar a nuestra maltrecha Justicia lo que ya se hubiera solventado sólo con un poco de ética.
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