La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Enhebrando
Huelva/La sociedad en la que habitamos en ocasiones me parece altamente deleznable. Esto sucede mirándola desde el gran angular, como ahora en Líbano, Palestina, Israel, Irán o, todavía, Ucrania, puntos en el mapa de la desvergüenza -la distancia suele anestesiar esta sensación-. Pero también sucede cuando aplico el macro, en la distancia corta. El miércoles, sin ir más lejos, fui al supermercado y ya en el aparcamiento me topé con varios coches mal aparcados, ocupando impunemente dos plazas, en un porque yo lo valgo, en un que le den al resto, que en mi buenismo querría interpretar como una incapacidad espacial de la persona conductora. Pero no. Ya una vez dentro, cogí un carrito, lo acababa de dejar un hombre habitando la treintena, y para mi regocijo, entiéndase la ironía, había dentro tres bolsas y unos guantes de plástico que retiré y deposité en la basura correspondiente. Claramente, esta persona sufriría de otro mal común, altamente contagioso, como es la incapacidad recolectora. A la hora de pagar, yo dispuesto a rellenar las bolsas y vaciar la cuenta bancaria, pronuncié un bien enérgico buenas tardes al que el cajero no contestó. Ni una mueca. Aquí deduzco que intervendría algún tipo de incapacidad auditiva.
Y si me voy al pasado fin de semana, estaba con mi familia tomando algo en la terraza de un bar, protegidos del sol y del viento, cuando nos llegó un olor, no podía ser, a tabaco, ahumando nuestros canelones de carrillera. En la mesa de al lado, una mujer vestida con un mono vaquero, con una cerveza, un salmorejo y un cigarrillo, con sus gafas de ver puestas, frente por frente al cartel de prohibido fumar. Aquí sospecho que habría una severa incapacidad lectora. Quiero sospechar estas incapacidades pues las prefiero a la mala educación, a una sociedad de mierda y ombliguista.
Todo esto me enerva, pero de vez en cuando en el horizonte se atisban motivos de esperanza. Precisamente acabo de terminar la serie Kaos, una versión de los dioses helenos pero traído a nuestros días, donde en ocasiones nos libramos del designio de las deidades. Como cuando me topo en redes con la gente que ya tiene su camiseta para la Marcha contra el cáncer de este domingo, una enfermedad que son muchas, una enfermedad que habita en personas; y eso me mueve a ir a por la mia. No sólo por la aportación, sino por el simbolismo de dar pasos adelante, de colaborar, de ir a una, de recordar a quienes no y a quienes sí, de estar hombro con hombro con quienes aún, en marcha. Contra el cáncer, un verdadero caos sin dioses.
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