El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Desaparecieron. Chas. Sin dejar rastro. La abandonaron tal cual estaba, se fueron a otro sitio y ella se quedó allí, sola, a ver pasar el tiempo. Dos mil y pico años, nada menos. Y así, claro, da tiempo de sobra a que crezca la hierba y se extienda la tierra y se lo traguen todo, despacio pero implacables, hasta que la ciudad, que ya eran solo sus ruinas, acabó semi oculta bajo el manto del olvido. Mucho tiempo después llegó un tipo que se topó con la mole y pensó que aquello era mucho más de lo que parecía, así que empezó a investigarlo, y luego llegó otro y siguió su trabajo, y después otro, y veintitantos años después de aquel primero, por fin, se reconocía su valor cultural y patrimonial único para después condenarla, otra vez, al olvido.
Si coges a cuatro onubenses al azar y les preguntas por Tejada la Vieja, dos no sabrían qué decirte, uno como mucho te la situaría geográficamente y el cuarto, quizás, podría contarte algo sobre su existencia y su relevancia como yacimiento arqueológico. Si usted es alguno de los tres primeros, le cuento que Tejada la Vieja, situada en el municipio onubense de Escacena del Campo, es la única ciudad tartésica en el mundo que aún se puede pisar tal cual fue construida, o casi, porque desde que fue abandonada (esas cosas raras que hacían los tartesios de largarse de los sitos sin más) nadie ha puesto nunca ninguna otra piedra encima. Se conserva enterita: con su muralla, sus casas (sin paredes, claro), sus santuarios, sus calles, sus plazas… Miles de años de historia a nuestra vista. Los secretos de una de las civilizaciones más legendarias y desconocidas de la historia bajo nuestros pies. Una joya, vaya, que, como suele ser habitual aquí, terminó siendo otra oportunidad perdida.
Las primeras excavaciones de la ciudad comenzaron en los años ochenta, continuaron muy esporádicamente en los noventa y ya en los primeros dosmiles Tejada la Vieja fue dejada a su suerte, condenada al abandono institucional y a un deterioro que terminó siendo denunciado por los propios vecinos de Escacena, que se movilizaron constituyendo una asociación, Scatiana, que ha acabado salvando el yacimiento. Con muchísimo esfuerzo y la colaboración del Ayuntamiento, la Diputación Provincial y la Universidad de Huelva, rescataron Tejada la Vieja de una muerte segura, y por eso es justo reconocérselo y agradecerles, especialmente a Scatiana y a la arqueóloga Clara Toscano, su trabajo incansable para poner en valor este patrimonio excepcional. Pero también es momento para denunciar lo solos que están. Tejada es una puerta abierta a la mítica cultura tartésica. Una “cápsula del tiempo”, como le gusta decir a Clara Toscano, que guarda algunas de las claves para entender la protohistoria de la Península Ibérica.
Es un tesoro, y por eso no se entiende que, en medio siglo, ni la Junta de Andalucía ni el IAPH ni el Gobierno de España ni el CSIC, que tan bien se emplean en otros emplazamientos, hayan puesto nunca un euro para financiar una campaña de excavación como merece el yacimiento o, como mínimo, una en igualdad de condiciones con respecto a otros muchos para los que siempre hay dinero. Bueno, en realidad sí que se entiende: Tejada está en Huelva, y estas cosas solo pueden pasar aquí. Por eso tampoco me extraña que los tartesios se largaran corriendo. Por patas. Sin mirar atrás.
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