El balcón
Ignacio Martínez
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Gafas de cerca
Trump ha ganado sobradamente las elecciones de Estados Unidos, y a sus millones de votantes les ha parecido una nimiedad que el presidente electo sea tan bravo y disoluto para tocar culetes a discreción como para animar a la turba a asaltar el Capitolio, con algún pecholobo tocado con cabeza y cuernos de búfalo entre otros especímenes. Es este un ejemplo imperial de cómo va viéndose claro que cada vez cuentan menos las barrabasadas de quien ostenta el poder, las trolas historicistas de las patrias del odio o la corrupción. Estos vicios ya no son tales, lo serían otrora, y no tienen por qué mermar el futuro electoral de un político. Al contrario: renta el mamarrachismo y la bravuconada, la mentira cochina, e incluso el delito. Va a ser que, en política y masas, esa es la “nueva normalidad” que va dejándonos a tantos en flagrante fuera de juego sociológico. “El colgado eres tú, asimílalo”, parece decirnos algún antepasado desde una caverna del más allá.
Enfocando a España, los defensores de Trump de aquí se dicen liberales, libertarios de salón en economía. En realidad –es una conjetura no descabellada– son un cóctel de persona más bien pobre que rica y odiadora del socialismo español vigente pero usufructuaria de servicios públicos y ayudas como el primero, y es esta tirria doméstica insuperable, y no poco comprensible, la que hace que les valga como héroe probable un Liberty Valance de agua oxigenada y mueca de clown. Metamos al inquietante –por esperpéntico– Milei en el mismo saco. También causa furor entre los que desmontarían al sector público... dentro de la natural prevención de que sus derechos de economía ordinaria no se los toque ni Jehová.
Por otro lado, no hay nada menos liberal y librecambista que los aranceles, una caja de bombas de su campaña vestida de “carta del triunfo” (expresión popular en EEUU; que curiosamente se dice Trump Card). Trump quiere castigar a Europa y a China fundiendo a las importaciones desde esos países a base de aranceles irracionales a mercancías –no es posible someter a arancel a un servicio–, obsesionado como está con el déficit comercial: soberbio de manual, no tolera perder ni en los entrenamientos. Con la pasmosa simpleza de los predicadores de izquierda y, en este caso, derecha, don Donald pareciera no darse cuenta de que los aranceles son un poderoso carburante de la inflación. Y han sido el miedo a la subida de precios y el consiguiente empobrecimiento una clave de que haya ganado las elecciones. Ya inventaremos, se dirá.
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